jueves, junio 01, 2006

Breve copia para leer a Nélida...

Si las catas de vinos, que son tan sabrosas, tratan precisamente de enganchar al futuro cliente para con una marca determinada, a veces las editoriales deben comprender que las prohibiciones que sitúan en la página legal (donde se incluyen los datos de la casa que publica, el ISBN y otros datos que vienen a ser una especie de fácsimil del acta de nacimiento de una obra) donde se lee que por ningún medio, previa autorización escrita de los editores, se puede reproducir en parte o en su totalidad, por medios mecánicos oelectrónicos el contenido de la obra... pues deben entender que si no ponemos carnada, el anzuelo está sólo enfrentado al futuro moho.
De “Voces del desierto”, la última novela de la brasileña Nélida Piñon —editada por Alfaguara en marzo de 2006— van algunas sugerencias o subrayados. Antes de vaciar, quiero aclarar que no se trata de un resumen de la obra (sería bastante tonto de mi parte) o de partes imprescindibles para sucomprensión. Es más bien una elección personal, así como la interpretación que le doy a cada uno de los apartados. Pero quede claro, ya se sabe que una frase célebre, por muy coherente que sea, sin contexto, vuela con toda facilidad por los aires y las bocas. Señoras y señores, con ustedes...
“Entre estos magníficos brocados, Sherezade revive el escenario de las historias amorosas y concupiscentes que se había acostumbrado a contar a su ama Fátima, con la diferencia de quien es ella ahora quien fornica, sustiyendo a sus personajes” (parte 2).
“El Califa se acordaba igualmente, enfrentado con eltumulto a su alrededor, de cierta voz que, a propósito de la naturaleza sagaz de la mujer, había proclamado rencorosa: ‘Oh, vulva ¿con cuántas muertes de hombres cargas?’. Y evocaba también la metáfora creada por poetas árabes que, en su afán de describir el órgano sexual de la mujer, asociaron su forma a la cabeza de un león famélico e insaciable” (parte 5).
“Con todo, ella recorre una senda peligrosa, fácilmente se resbala, sucumbe a los desaciertos que rondan a los contadores como ella. A despecho de la sapiencia que demuestra tener, cuántas veces ignora qué dirección tomar” (parte 9).
“El Califa se pone altivo, hablándole de la muerte como de un hado placentero. Le recomienda también que tenga cuidado, si no da continuas pruebas de ingenio, él le arrancará el corazón, como ya ha hecho con otras” (parte 13).
“El Califa acepta las frutas y las lonchas de carnero frito. Mientras se alimenta, se prepara para oírla, evitando mirarla. No se explica por qué, después del coito, se cohíbe con la joven, como si necesitase borrar del rostro el recuerdo de la intimidad recién vivida. Tal vez por haber cumplido en la cama un acto mecánico, cuyo realismo, comparado con los realatos de Sherezade, carecía de grandeza” (parte 14).
“Sherezade reconoce su actividad de contadora de historias como improductiva. Un oficio hace mucho relegado a la oscuridad, rindiendo a sus practicantes escasas monedas. Por eso mismo ejercido en el bazar por los desvalidos de la suerte, los alcanzados por una invencible melancolía. No pasando ella, pues, de mera contadora, lleva en sus alforjas un puñado de enredos que exhalan un aroma popular. Ella es una anónima que, si no hubiese nacido princesa, estaría hoy en la miseria” (parte 16).