
De entre los géneros cinematográficos, el documental goza de amplia aceptación entre el público cinéfilo, aunque no es el favorito. Por lo tanto, la elección del tema inmiscuye desde el título hasta el tratamiento del mismo y eso, creo, es lo que alcanza grandes audiencias en trabajos costosos y arriesgados. Así pues, en ciento y tantos años de existencia de la fábrica de los sueños, el catálogo de documentales sobrepasa los miles; hay de todo, en tecnicolor, sepia y blanco y negro; mudos, con música de fondo o retazos de testimonios que intentarán permear en la mente de su observador la idea original de productores, director y fotógrafos.
Documentales hay para todos los gustos y responden a las necesidades éticas (quiero pensarlo) y estéticas de las sociedades que lo gestan. Tal pareciera que cuando se intenta trasladar a la pantalla grande un acontecimiento serio la ficción queda pequeña y entonces se debe echar mano del supuesto horror que produce desnudar a una realidad cruenta. Hace veinte años la historia audiovisual del Holocausto asombraba al público del planeta; después vinieron las ficciones y la herida fue sanando en la conciencia. Pero los umbrales del presente siglo requieren de una visión global, la famosa “aldea” que cabe en la palma de la mano. Y mire usted, no siempre se tratará de observar imágenes de tipos liados con cables y monitores especulando en el mercado bursátil el futuro de media humanidad.
Aunque “globales”, los habitantes del planeta que se suponía cargaba Atlas, pertenecemos a todas las posibilidades que la mente imagine. Una muestra de ello es el filme documental BARAKA, de Ron Fiecke. Se rodó en cinco continentes, 24 países, que incluyen exteriores tan diversos como Tanzania, China, Brasil, Japón, Kuwait, Camboya, Irán y Nepal, junto con otros lugares importantes de los Estados Unidos y Europa.
En esta cinta no hay diálogos o narración alguna. Pero las imágenes invitan a reflexionar mediante una suerte de alegato ecológico sobre el futuro del mundo. Se trata de reivindicar a culturas milenarias y sus rituales ancestrales. Su director, Ron Friecke, comentó a la prensa internacional que “esta oleada de bellas imágenes y sobrecogedoras muestran, por ejemplo, la terrible deforestación y la sobre explotación mundial que aparecen envueltas en poderosas imágenes como una vigorosa advertencia”.
Un filme, obvio, se puede quedar en pausa durante su proyección en las salas de cine y dejarlo para cuando salga a la venta en DVD o esperar a que el en vídeo club se oferte. Pero en ella, el interesado puede extasiarse de esta idea del mundo contemporáneo. A título personal, cuando en la pantalla se difuminaban los últimos créditos de una exhibición privada, alguien comentó: “Pensar que acabamos de ver en hora y media la historia de la humanidad”.
Al captar las glorias y las calamidades que la naturaleza y el hombre han traído al mundo, BARAKA narra la impresionante historia de la tumultuosa interacción entre el planeta y sus habitantes, evitando las palabras, excitando la vista, el oído y la imaginación con un barrido de imágenes y sonidos.