
El problema de cualquier copa Mundial que se celebre fuera del territorio americano es el horario de transmisión de los partidos. A diferencia de los juegos olímpicos, siempre resultará inconveniente observar una retransmisión… porque a saber entre nosotros los mexicanos, yo jamás he visto que en la entrada de los antros o de los centros botaneros se anuncie con grandes carteles que la casa cuenta con pantallas gigantes para ver la inauguración de la olimpiada fulana. El fútbol es un juego de estrategias y pasiones, para quien es comprendido en aquellos menesteres; pero también reviste del rito de las cervezas frías (a menos que los alemanes pongan de moda la bebida caliente) y los platos donde picar un tentempié.
Mañana, la selección mexicana jugará su segundo partido en la copa del mundo. He preguntado a quienes sí saben de fut y me dicen que lo más probable es que los aztecas ganen el partido. Uno de ellos, de los conocedores, no los aztecas jugadores, me aseguró que el triunfo era inminente, porque el contrincante es un país menor: Angola. Bueno, quienes sí apuestan lo sabrán mejor; pero los negros tienen fama de empecinados y fuertes. Pero no hay forma de aguar la fiesta, pues con triunfo o derrota al Ángel de la Independencia le están dando su manita de gato y quizá por esta ocasión no vea directamente los desmadres que se organizan cuando la dignidad de un país depende de las patas de once entendidísimas personas.
Pero siempre me gustan los preparativos que se hacen para ver los partidos del mundial; sobre todo cuando jugará la pésima selección nacional. Es decir, no me divierte escuchar los bramidos que corean un: “Ahhhhhhhhh” cuando los televidentes observan cómo el equipo contrario se anota un gol a favor; pero es muy reconfortante pensar en que un número respetable de mexicanos están dedicados a una cosa, aunque sea ver la tele. Y bueno, cuando gritan: “Gooooool” (así, con seis redondas letras o), pues los dueños de las compañías televisivas, cerveceras, cigarreras, de comida chatarra, los cocacoleros y hasta los fabricantes de condones deben darle gracias al santo de sus devociones. La inversión está redituando y no hay vuelta de hoja.
Es tan conmovedor ver que en las oficinas públicas los empleados llevan sus televisiones, a escondidas, porque el ojete del jefe debe ser amigo mío y entonces no le interesa el partido. Pero cuando fui burócrata del sistema educativo, me tocó ver (en mundiales anteriores, claro) que los sindicatos, o bueno, los representantes, gestionaban el permiso para que los compañeritos vieran el partido en sus respectivas oficinas; lo único malo es que no dejaban entrar con el six de cervezas… Pero repito, esto sucede cuando una copa del mundo se juega en territorios allende los mares de América.
Alguien propuso, sin embargo, lo siguiente. Abrir los centros de diversión y bares a partir de las cinco de la mañana y para cuando llegue el partido, los ánimos apenas se estarían caldeando. El gran problema es que la decencia indica que no se debe tomar una sola copa antes de las doce del día, pero ¿los buenos modales funcionan cuando la parranda va para largo?