
Cuando en un país como el nuestro los chistes agrios se resumen en que sería mejor aceptar a dos presidentes y que cada uno gobierne en los respectivos territorios recién descubiertos por la elección, a llamarse “Nueva España” y “República Popular”, significa que las cosas andan mal. Y es que yo jamás iré en contra del ingenio verbal y la sagacidad mental que se requiere para desentrañar un chiste mexicano, sobre todo si va pringado con toda la mala leche del tema político, pero cuando llega el instante de que cualquier alusión, por muy payasa que sea, despierta lo bravucón y fanfarrones que todos llevamos dentro, hay que tomar medidas inmediatas. La primera, la más sensata, es callar (en boca cerrada no entran pejelargartos ni monjas) y la otra, más común, es pasar del alegato a las palabrotas y recriminaciones.
Creo que la mayoría de los habitamos este país llegamos a la conclusión de que el anhelado día 5 de julio las autoridades competentes pusieran el punto definitivo y a otra cosa mariposa. Pero a muchos nos amaneció el jueves 6 el dedo entumecido de tanto pulsar el control remoto de la televisión sólo para enterarnos de que siempre no, y advertirnos de la posible desgracia de que a la carpa IFE le crecieron los enanos y que hasta el sastre de Tarzán anda buscando trabajo. ¿Y era de esperarse menos? Se dijo que aún nadie podía declararse triunfador cuando, prácticamente en automático, los que agusanaron la propia manzana de la discordia salieron con sus caras retocadas —para evitar los brillos en televisión— a decir que sí, que viva la democracia y me voy a esperar, pero a final de cuentas yo soy el bueno. Los irresponsables, los que merecen antes que nadie una sanción, son ellos, sea quien resulte el presidente, los candidatos en disputa fueron quienes propiciaron el embrollo.
Mesiánicos, místicos, envanecidos, berrinchudos, ensimismados, ególatras... insoportables ambos. Uno casi dando gracias a Dios y a punto de sentirse ganador de un Óscar y el otro blandiendo el dedo índice como profesora mal jubilada que por fin encara a su ex líder magisterial en la cola del banco. Las cámaras apostadas a las afueras de la sede del partido Acción Nacional nos brindaron las imágenes de los gritones que vitoreaban a Felipe, puro nene bonito que habita el sur de la ciudad de México y que mostraban la algarabía de la pachanga, que es en lo que se ha convertido un autonombramiento. Las televisoras que esperaban afuera del republicano edificio donde Andrés Manuel habita no tuvieron la oportunidad de espectaculares, porque el señor candidato de plano quería dormir y mandó a sus pobres a trabajar.
Lo que el dúo dinámico debe hacer es aguardar la resolución definitiva de la instancia correspondiente y acatar lo que la ciudadanía ha decidido con su voto. A ver, yo en verdad quería que mi Norbertito Rivera respirara aires más puros, como los de las siete colinas y no la polución del defe, pero ni modo, nos quedamos con las ganas de verlo con su sotana blanquita, blanquita y repartiendo bendiciones desde la plaza de san Pedro. Y ya por eso... Esto último sí es broma, y del peor gusto.
Pero tienen razón Germán Dehesa en su columna de Reforma (12.07.06), cuando escribe: “Mientras uno se pone una banda virtual y prepara a su equipo de transición, el otro embaraza plazas y avisa que cada uno de los 300 mil que acudieron a acompañarlo en su pena va a conseguir a 10 cuates para así tener una bonita manifestación dominical”. Ya.