
Al escritor y crítico literario andaluz Pedro M. Domene, otro español, catalán de garbo y palabra tajante, el reconocido Enrique Vila-Matas, le comentó en una entrevista: “Hay que tener en cuenta que siempre he sido un simple hombre de letras y que vivo un poco mal el reconocimiento de ciertas personas que me paran en la calle —en mi mismo barrio ahora, mi barrio tan periférico— y me felicitan, sólo porque... me han visto en la televisión. ‘Le dieron un premio... por escribir en español’, me dijo un vecino iletrado no hace mucho” (entrevista publicada en Laberinto Veracruz, domingo 18 de junio de 2006, página 8).
En “Swimming pool”, el filme de François Ozon, la escritora inglesa Sarah Morton (personaje interpretado por Charlotte Rampling), comentaba vía telefónica a su editor que los premios literarios eran como las hemorroides, tarde o temprano se terminan adquiriendo. Ella, por supuesto, lo decía con desdén. Y es que esto de los galardones, los reconocimientos, los aplausos y los riquitiquis que el mundillo editorial entrega a sus escritores tiene la misma garantía que los 15 minutos de fama, son fugaces y quedan los resquicios entre el convidado y algunos allegados. El resto es continuar con la escritura, con el trabajo cotidiano, aborrecible a veces, pero siempre con miras a ver concluido un nuevo libro, sólo para dar paso al siguiente. Lejos de ser un regalo divino, el del escritor es un trabajo como tantos y la mejor recompensa es, por supuesto, que las letras impresas se conviertan en palabras cada vez que alguien lee unas líneas.
Pero no debe quedar fuera el reconocimiento a una labor de años y el respeto que se le debe a los maestros, sea porque han ejercido desde la trinchera que significa la página escrita, desde el aula, desde el podio y que sus trabajos han servido para forjar a generaciones de lectores... y es el caso del entrañable Sergio Pitol, quien empezó a cosechar sus primeros premios, es decir, sus primeros lectores, a partir de que su editor le comentó que ya estaba listo su primer libro. Él, alguna vez comentaba a un corrillo de estudiantes que lo escuchábamos con atención: “Publicar el primer trabajo es dificilísimo, porque nadie cree que se trate del nacimiento de un nuevo escritor, pero cuando uno termina el segundo [libro] hay caminos que están andados”.
Y qué mejor que seguir los caminos de un creador de la manera más sencilla, y no puede ser otra que conocer su obra. La verdadera “maestría” de un ser humano —que se dedique a lo que sea— se reconoce en los legados que deja por su andar en la vida... Y Pitol, antes que ser premio Rodolfo Goes (1973), Herralde, Nacional de Literatura, Juan Rulfo (1999), Cervantes (2005) y tantos más, ha sido un infatigable académico, traductor, diplomático, cinéfilo, un lector empedernido, un curioso sin sosiego. O para decirlo en unas cuantas palabras, como lo definiría el encabezado de un periódico español: “Dibujante de cuentos y homenajes”.
La Feria “Internacional”·del Libro Universitario, que organizará la Universidad Veracruzana a partir de los últimos días de agosto próximo, le dedica el evento. Inmejorable, porque ya se anunció que al acto inaugural asistirán, para acompañar al maestro Pitol: Carlos Monsiváis, Enrique Vila-Matas, Antonio Tabucchi y Juan Villoro
Hoy, en sesión solemne de Cabildo xalapeño, se reconocerá su trayectoria; a las 18:00 horas comienza el acto, pero más allá de los discursos y los abrazos, para acceder a la sencillez del maestro tan solo es necesaria una butaca, quizá una taza de café y abrir cualquiera de sus libros. Sólo habría que preguntarle: “¿Don Sergio, y de “El mago de Viena”, qué sigue?