
Quizá para este momento ya no interesen los cinco candidatos presidenciales y la contienda se cierre entre dos y es muy probable que el hartazgo por el que los ciudadanos pensábamos que habíamos librado comience a rendir sus nuevas dosis del tedio. Total, que hasta el día cinco de julio el IFE dará a conocer el resultado definitivo, aunque los festejos y las lágrimas de cocodrilo no se dejarán al aire.
Muchos gorigoris durante las campañas, incontables defenestraciones, adhesiones y toda la parafernalia que conlleva la acción política convertida en función circense dejó a un lado un tema: la cultura. No el palacio de las Bellas Artes en la ciudad de México, ni discutir sobre el Auditorio Nacional o el futuro del Fondo de Cultura Económica, no, eso dista muchísimo de ser un proyecto de cultura para una nación como la mexicana; pero a como sucedieron las cosas, el panorama que atisban los creadores, los ejecutantes, los promotores, es desalentador. No quedó tiempo para que en la agenda política se incluyeran verdaderos foros en los que se permitieran las voces de todos los actores culturales que habitan este país.
Al inicio de la verborrea, como en todo buen principio, la presencia de los intelectuales y creadores de indiscutible trayectoria se dejaba palpar. Pero ganó un punto, del verdadero activismo, de la convicción, el foro se transformó en pasarela y quienes llevan la batuta también se prestaron a las luchas de lodo. ¿Llegará a quedarse entre nuestras frases emergentes el famoso: “No calumnien” pronunciado por la siempre respetada escritora y periodista Elena Poniatowska? Son dos palabras que ya verán, se van a añadir al pitorreo. Los que se prestaron al juego, quienes lo fomentaron, sabían que probablemente era una última oportunidad para darse al abordaje de ese viejo galeón —y conste que ni siquiera manejo la palabra buque, que nos conferiría una idea de modernidad— que es la administración de la gran cultura mexicana. Pero nos dimos cuenta que sólo se trataba de derrocar a una intelligentsia para que reinara otra.
Es verdad que debemos aguardar. Ya ven ustedes, dieron las ocho de la noche del domingo y mientras los minutos transcurren se parece a la canción de Joaquín Sabina... nos darán las once, pero en redacción no esperarán tanto la presente entrega. Y como sucede en estos menesteres, ya corren las habladurías de las compras de votos, de que la tinta indeleble no lo era tanto, porque es verdad, entre los compañeros del periódico todos comentamos que apenas si se percibe el manchón. Yo he propuesto que para demostrar que asistimos a cumplir el deber ciudadano, pues que cada uno se propine un buen chupetón en el dedo gordo de la mano y ¿a ver cuántos días lo llevamos?
Pero a final de cuentas, ¿por qué tanta queja? ¿De qué sirve la cultura? Para responderlo a veces me gusta recordar a la pléyade que fraguó la Ilustración, cuando decían que si no tenemos un techo para guarecernos, que si nos falta una ciudad libre para caminarla, que si carecemos de pan, de idioma y de un espejo para mirar nuestras caras, entonces, sin discusión, no tendremos nación.