miércoles, julio 05, 2006

La tentación libresca


Sabía leer recién cumplidos los seis años, como supongo lo hacían la mayoría de los niños de mi generación. Lo que salva este comentario es que crecí observando a una familia lectora, que si bien no devoraba libros al menos sabía que no eran para adornar y como hasta entonces era hijo y nieto único, tenía el derecho a rayar las ilustraciones de “El mundo de los cuentos” sin que nadie se infartara por aquellas maltrechas grafías.

El abuelo Agustín escribía cartas que me parecían interminables, pero en lugar del diccionario cogía la edición de algún periódico y palabra sobre la que tenía duda, allí estaba, si mal no recuerdo, el mamotreto que se pronosticaba como voz de la vida nacional. Mi abuela, que aún no era vieja, gustaba de hacer sinopsis de sus lecturas en sus cuadernos forma francesa, de pasta dura y con letra manuscrita llenaba hojas y hojas con tinta azul… por lo que ambos dejaron tras su muerte, deduzco que eran apasionados de la Historia, él, y de la Geografía, ella.

Pues como arena fina entre las manos se me pasaron los años. Llegué a la adolescencia y en casa de mi madre me encontré con un libro “prohibido”: Los hijos de Sánchez, del antropólogo Óscar Lewis. Ese no lo puedes leer, porque no le vas a entender; dijo Eloísa con el rostro adusto que esgrimía cuando tenía que ponerse en su papel. Lo leí y entendí, creo, al menos poco más de la mitad.

Pero acaso el libro que marcó las futuras preferencias lectoras fue Noticias del imperio, la novela de Fernando del Paso. Allí se conjugaba un gran mosaico y la verdad, qué sabía yo de Cervantes más que de oídas o de San Juan de la Cruz, de quienes ahora no me despego nunca. En del Paso encontré lo que se llama la novela total. Mi madre aún conducía el que ahora es un viejo sedán y en el centro comercial la convencí que me comprara aquel ladrillo. Bueno, dijo, pero quiero ver, por favor, que lo leas. Sí, le dije con los ojos que sabemos poner los chantajistas.

Para bien o mal Noticias del imperio era un libro recién editado y estaba en boca de muchos buenos lectores. Y conforme pasan los años uno se va percatando que hay libros de moda, casi obligatorios. Y por supuesto, que depende de las cofradías en donde se ande metido. ¿Recuerdan “El perfume”? Fue uno de los más vendidos. También comentaban mucho de “Caballo de Troya” de J.J. Benítez, que llegó a tener una continuación bárbara y parte de una charla era presumir de su lectura. También los de Savater y en los corrrillos de Humanidades el nombre de Habermas pesaba tajante. Era una especie de moda estar al día con las lecturas, aunque los clásicos navegaran solos en las estanterías de las bibliotecas.

Era de cuando se encontraban buenos libros en el supermercado. Sus precios eran razonables y quien tenía el hábito de la lectura, a cada visita para surtir la despensa, no olvidaba echar un libro al carrito. Yo llegué a comprar unos ocho libros, ocho, exactamente, de Mario Benedetti, cuando en México lo editaba el sello Patria y era muy barato. Y compré tantos de un mismo autor (que me gusta, además) porque estaban con una oferta del cincuenta por ciento de descuento... tiempos y precios que se fueron.