
No siempre el papel soporta que sus espacios inmaculados se manchen con grafías que pretenden el humor negro o el escarnio, o como dicen los refraneros, que tan sabios son: “el horno no está para bollos”. Así que mejor hoy prefiero transcribir algunos párrafos, líneas o frases (lo último será en el mayor de los casos) de un libro que aparece por vez primera en el año de 1511 y cuya primera edición es, por supuesto, en latín. Los estudiosos de la literatura nos confieren una bellísima leyenda, que al autor se le ocurrió escribir su libro cuando iba sobre un caballo que corría a todo galope, allá por el año de 1509. Pero no corramos —el que iba montado era otro.
Un gran humanista para su tiempo, Desiderius Erasmus Rotterdamus, fue un personaje incómodo para quienes convivieron con él. Nace aproximadamente hacia 1469 y muere, allí no hay dudas, en 1536. Estudia el seminario, pero no “ejerce”: Vive con un pie en la Reforma luterana y otro en la Contrarreforma católica. Para cuando escribe su famoso libro Elogio de la locura (que dedica a su amigo Tomás Moro) ya se trataba de un autor laureado, para 1500 había publicado un volumen titulado Adagios, que reunía más de 800 frases o derivados de la tradición grecolatina. Aquel libro alcanzó las 21 ediciones.
Pero vayamos ahora a las frases de Elogio de la locura. Y como las ediciones varían, señalaré únicamente el número de parte o capítulos del que se ha tomado… Ya se sabe, este tipo de ejercicios no son más que una invitación (en 23 líneas no tiene lugar un banquete). La última aclaración es que en todas las frases —y en el libro— la Locura es quien habla en primera persona…
“… con sólo mi presencia he conseguido lo que con gran dificultad consiguen los más hábiles oradores con esos largos discursos cuidadosamente estudiados, que raras veces logran divertir a los oyentes” (I).
“… es justo alabarse a sí mismo cuando uno no tiene nadie que le alabe” (III).
“… el vulgo de los oradores (…) ofrecen una oración elaborada durante treinta años (…) A mí siempre me resultó muy grato decir de pronto cuanto se me viniera en boca” (IV).
“Las cosas nos gustan y encontramos en ellas mayor voluptuosidad cuanto más peregrinas son. Y si alguien cree que eso no basta para aparentar que lo comprende, ría y aplauda y a ejemplo del asno mueva las orejas, para que los demás vean que lo ha comprendido a la perfección” (VI).
“Yo no vine al mundo como consecuencia de un triste deber conyugal” [y fue amamantada por la Embriaguez y la Ignorancia] (VII-VIII).
“Yo hago que los que menos saben sean los que menos se enojen (…) cuando el adolescente crece y comienza a adquirir conocimientos, ya por la experiencia de las cosas, ya por el estudio de las ciencias, continuamente se marchita la gracia de sus formas, languidece su vivacidad, se enfría su donaire y desmaya su vigor” (XIII).
“Pues ¿por qué Baco es siempre el efebo de hermosos cabellos? Sencillamente porque vive ebrio e inconsciente, entre festines, danzas, cánticos y juegos, y no tiene con Palas el menor trato” [Palas Atenea, diosa de la sabiduría] (XV).
“¿De qué serviría la belleza, supremo don de los dioses inmortales, si se contaminara con la mancha de la melancolía?” (XXII).