
Con esta, cierro la entrega de algunos subrayados hechos al “Elogio de la locura”, de Erasmo de Rótterdam... Hasta el lunes.
De las fiestas, en la parte XVIII, la Locura dice: “¿Qué placer habría en cargar el estómago de confituras, manjares y golosinas, si los ojos, los oídos y el alma entera no recibieran también su refacción de risas, burlas y donaires? De esa clase de postres soy yo única repostera.”
Del matrimonio, en la parte XXI: “¡Qué pocos [matrimonios] permanecerían unidos si no quedaran ocultos muchos hechos de las mujeres, gracias a la negligencia y la estupidez de los hombres!”.
Sobre la utilidad de los “sabios” en los tiempos de guerra, en la parte XXIII: “...¿de qué os servirían, os pregunto, esos sabios exhaustos por el estudio cuya sangre débil y helada apenas puede sostener su espíritu?”
Cuando se pregunta si es posible el gobierno por filósofos o rarezas parecidas, el comentario en la parte XXIV es: “Si consultáis la historia, veréis por el contrario que jamás ha habido gobiernos más funestos para las repúblicas que aquellos en que se ha injerido algún filosofastro o algún aficionado a las letras... [y más adelante]... suele ocurrir que esta clase de hombres que se dedican al estudio de la sabiduría, siendo infelicísimos en todas las cosas, lo es especialmente y con mucha frecuencia en la procreación de los hijos...”
Los verdaderos locos, sus hijos, merecen en el apartado XXIX: “Pocos mortales comprenden las numerosas utilidades y ventajas a que se lleva sin sentir nunca vergüenza ni temor”.
Los reyes gustan rodearse de sabios —y en nuestra época a los gobernantes les encantan los asesores— para lo que Locura, en la parte XXXVI dice: “... tales sabios, engreídos con su doctrina, no acostumbran hablar a los príncipes más que de cosas tristes, sin darse cuenta que a veces hieren oídos delicados con la áspera verdad. Los bufones, por su parte, mantienen el juego... Pero los sabios tienen dos lenguas, como recuerda el mismo Eurípides, una de las cuales dice la verdad, y la otra lo que según las circunstancias consideran oportuno”.
Clérigos y predicadores no escapan, en la parte XL, se lee: “... son de nuestra harina aquella clase de hombres que gozan escuchando o contando historias de milagros y prodigios, fábulas de las que nunca se hartan con tal de que se refieran a portentos de espectros, de duendes, de fantasmas,, de infiernos y mil prodigios de este género: cuanto más lejos estén de lo verosímil, con más facilidad lo creen y con mayor encanto recrean sus oídos”.
Y los artistas no se escapan, en la parte XLII: “¿Qué puedo decir de los artistas de profesión?... de los cuales el de menos valor posee más insolente presunción... Y hallan siempre imbéciles de su calaña que los admiren...”
Los gobernantes (príncipes) le hacen exclamar en la parte LV: “Digo que es tan grande su responsabilidad, que, si los príncipes consultaran con su conciencia —los que tengan conciencia—, a mi juicio no podrían comer ni dormir en paz”.
No se trata de un libro inagotable o algo que no se lea en tres tardes. Lo interesante es que Rótterdam ofrece una radiografía de su época y existen apartados completos que tras repasarlos, uno se jura que casi nada ha cambiado.