miércoles, agosto 02, 2006

Libros, para ver o leer


Usualmente la palabra “libro” suele acarrear imágenes poco agradables para la mayoría de los mexicanos; porque antes de encontrarle sonoridad como un vehículo de esparcimiento o divulgación del conocimiento, se le observa como un pesado objeto de tortura escolar. Y esto es resultado, entre otras cosas, de los malos profesores de “español” que aún se niegan a seducir a sus alumnos con la mágica calidez de las palabras; si bien es verdad que de una familia lectora lo más probable es que el hábito se herede, la escuela básica puede ser la última oportunidad para agenciar nuevos lectores.

Sin adentrarse en líos magisteriales —porque no viene al caso— tal vez convendría puntualizar una simple clasificación que Naciones Unidas otorga a los libros. Aunque no es la única, sirve para despejar la imagen que se les guarda, bien como objetos pesados, que infunden temor y respeto, o bien como artículos de lujo, porque resultan costosos y por lo tanto, cuando se adquieren, deben estar resguardados en una vitrina, lejos de manos que puedan amenazar su integridad física (lo más absurdo, pues se supone que de entrada, un libro es para leerse y no hay otra forma de resolverlo más que mediante la manipulación directa). Comencemos por el número de páginas. Se nos dice que un libro se considera como tal a partir de las 49 páginas y que ya incluye el “lomo”. Los que tienen menor cantidad de hojas pueden clasificarse bajo el nombre de: cuadernillos, folletos o revistas. Aunque todo es relativo... veamos, ediciones especiales como las dedicadas a modas de temporada, por la revista Vogue, por ejemplo, sobrepasan las 160 páginas, y no se trata de un libro.

Atendamos, no obstante, a la propuesta de ONU. Los libros pueden clasificarse en cinco apartados, independientemente del público al que se dirijan. Voy a escribirlos de manera continua y después apostillaré algunas notas: Libros que sólo tienen imágenes; libros con más imagen y poco texto; libros que guardan equilibrio entre el número de imágenes presentadas y la cantidad de texto incluido; libros que presentan menos imágenes y su “corpus” lo integra más el texto y finalmente, libros que sólo contienen elementos textuales... es decir: puras letras.

Una mirada rápida se percatará de que los primeros tres clasificados pudieran tener mayor orientación al público infantil, pues en ellos son los elementos gráficos los que dominan. Claro, también juzgar apresuradamente puede resultar ocioso; tenemos los libros dedicados a la reprografía de la obra plástica de los artistas, a la arquitectura, al diseño y por qué no, al cómic, por sólo dar unos ejemplos. Y este punto es importante si nos situamos en el discurso de las diversas lecturas que cualquier material así puede recibir. Seré más concreto. Pongamos un libro “infantil” que tiene sólo imágenes; aunque la historia narrada mantenga una estructura lineal, la lectura que hace un niño de cinco años no es la misma que puede conferirle un adulto mayor.

De tal forma que hay libros para todas las edades y por supuesto, para todos los gustos. ¿Cuál libro es mejor? Eso depende en su totalidad de las finalidades; pero sería insensato querer que un chico de siete años se fascine por doscientas páginas donde únicamente existen elementos tipográficos, repito: puras letras. Y si los mexicanos leemos tan poco, quizá es porque no han sabido cebarnos adecuadamente el anzuelo.