
Uno no siempre guarda la intención o la esperanza de estar siempre en el mismo lugar… en uno de los últimos discos de Joaquín Sabina, “Alivio de luto”, se incluye una canción con una frase aleccionadora: “Al lugar donde fuiste feliz/ no debieras jamás de volver”. No querrá decir que el mundo entero pueda y deba irse por la cañería; quienes seguimos las canciones de Sabina tenemos pleno conocimiento de que la melancolía que impregnan sus canciones es tan pasajera como las letras irreverentes. Quizá por ello me gusta en demasía, pues tras escuchar algunas canciones es como beberse un pesado somnífero y a la siguiente pista —de audio— es como si de golpe, la rasposa voz del cantante, pusiera en una charola unas cuantas dosis de Prozac y a disfrutar el levantón.
Y es que en los últimos días he charlado con varios amigos que me dicen han dejado de ver noticieros, de abrir los periódicos y que intentan no escuchar la radio por un insano temor a encontrarse con los informes de lo sucedido en México. Claro, no es para menos, dos ciudades sitiadas por el desasosiego, incontables historias de corrupción, notas vendidas por las oficinas de prensa de los gobernantes en que se dice que todo marcha sobre ruedas (será en las de sus automóviles particulares) y las tan concebibles y predecibles páginas de crímenes. ¿A quién le apetece, con ese panorama, encender al menos la televisión? Probablemente a los morbosos, a los cínicos y a los locos… pero el país en que vivimos no se trata de una canción como para silbar tan campantes que si se trata de lugares donde hemos creído haber encontrado la felicidad es mejor no volver.
Contingencia es una palabra larga y pocas veces empleada en nuestro vocabulario corriente. Independientemente de su significado (“lo que tiene la posibilidad de suceder”) los genes del mismo idioma la tienen emparentada con algo funesto, problemático, fatal. Y es que en México, para bien y para mal, todo es contingente; es decir, todo tiene una ligera posibilidad, de cincuenta por ciento, de resultar bueno o malo. Tal vez si estuviéramos en África, donde aún quedan regiones en que la medida del tiempo no es un factor preponderante, pudiéramos sentarnos con tranquilidad a esperar los resultados, sin que importase demasiado el paso de las horas o de los días. Pero hay palabras que se comienzan a filtrar en nuestro vocabulario pero que a la vez adquieren significados netamente políticos: coalición, resistencia, marchas, campamentos, increpar, mesianismo, casillas, recuento.
En el país no hay guerra total de balas, no hay un levantamiento generalizado, pero sí incontables descontentos. Hasta el momento, la mayoría de las contingencias han sido verbales. Los candidatos, los dos en pugna, se declaran ganadores; los dos se consideran elegidos por una mayoría que empieza a hartarse de la situación y que podría comenzar a echar de menos los tiempos en que las cuitas electorales se decidían sobre la mesa del presidente de la república y no en los tribunales creados para tales fines.
Norte, centro y sur; son tres palabras que ahora ya comienzan a aplicarse a un país de regionalismos, ensimismamientos, taras regionales, feudos y caciquismos. El decidir por el centralismo o la federación provocó interminables líos durante tres cuartas partes del siglo XIX; verborragias, golpes militares y guerra civil que terminó en la consolidación de una dictadura que soportó treinta y tantos años para dar paso otro periodo de convulsiones (llamado “revolución”) y que únicamente sirvió para establecer otra dictadura. ¿Tenemos oportunidad de abandonar esta función cuando nos plazca?