martes, septiembre 12, 2006

Con tres colores


Tal vez no es arriesgado asegurar que en todas las ciudades y pueblos de la República Mexicana existe una calle con el nombre de “Miguel Hidalgo y Costilla”, o un parque, o una escuela, o algún sitio relacionado con la vida pública de la comunidad en que esto se ubique. No es un fenómeno, ni siquiera una extravagancia, sino más bien la conservación del ideario de un régimen determinado. Nombres y personas como el cura Miguel Hidalgo y los otros “insurgentes” que lucharon por darnos libertad y librarnos del yugo español, merecen ser perpetuados en poemas, estampitas, estatuas, colgantines, calles, estadios de fútbol y hasta rapiñas administrativas —año de Hidalgo, chingue su madre el que deje algo.

¿Y quién de nosotros, con la inocencia que le caracterizó en la infancia, no quiso, algún día, ser abanderado durante el acto de los lunes? Bueno, esa respuesta quizá la puedan capotear los que fueron inteligentes, o los que tenían a su mamá como directora de la escuela primaria. Y ahora va la pregunta para aquellos que tenían la dicha de la buena memoria y por supuesto, la vejiga funcionando de mil maravillas: ¿quién recitó un poema de contenido patriótico, de esos kilométricos y que exigían tantos movimientos inútiles que hasta parecía uno orador priísta buscando chamba para el venidero sexenio? Y finalmente, el colmo de todo, ¿alguien dejó de inscribirse en uno de esos concursos de oratoria? ¿O fueron acarreados agüevo por la maestra de ciencias sociales, que prometía, previa entrega del reporte, subir tres puntos?

Pues en muchas ocasiones, durante los años de formación escolar, esa es precisamente la noción que nos enseñan de héroes, patria y bandera. Y crecemos ayudados con las ideas que completan algunas muy malas películas y las estúpidas cortinillas que las televisoras comerciales —Televisa y Azteca— se dedican a transmitir por estas fechas. Ya sólo falta que la voz en “off” que va diciendo los nombres de los próceres ordene: “Levántese usted del sillón (jálese los calzones porque ya casi los tiene encarnados) y cuando vea la imágenes de esta gran nación, póngase la mano en el corazón”. Pero también hay que advertir que parte del contenido patriótico es hacer un revoltijo con los datos del significado de ser mexicano, con las propiedades de la cerveza...

Ahora resulta que en cualquier lugar del mundo, los circunspectos británicos, los atildados franceses, los racistas gringos, los soberbios nipones y cuanta nacionalidad y afecciones se le ocurran, cuando ven una chela bien fría —mexicana, de lo contrario el comercial sería una verdadera tontería— les da por gritar como mariachis. Sí, cómo no. ¿Y ese es el orgullo por ser mexicanos?

Otro detalle de estas fechas era (si lo practican aún, lo desconozco) recortar tiras y tiras de papel crepé de los colores verde, blanco y colorado. Las profesoras repartían engrudo —los niños modernos deben saber que las barritas de pegamento no han acompañado al hombre durante su historia— y claro, los salones se convertían en un meritorio desmadre, léase: el bendito carácter latino con sus aderezos de mexicanidad; pues había que hacer pegostres de las famosas cadenas tricolores. Y una vez que los dedos estaban tiesos, el mobiliario lleno de residuos de papel y las trenzas de muchas niñas con bolitas blanquecinas, había que adornar el salón y después ensayar el poema colectivo. A la una, a los dos, a la tres, y decenas de vocecitas chillaban: “Van marchando los soldados/ y uno lleva la bandera/ veneradla con respeto/ que allí va la patria entera./ Como buenos mexicanos/ amadla con devoción/ porque esos tres colores/ representan la nación”.