martes, septiembre 05, 2006

Corbata de moño y banda presidencial


Dos figuras públicas comienzan a cepillar el mejor de sus trajes y hacen planes para los últimos días de este dos mil seis. Pero a diferencia del presidente Fox, quien no tiene absoluta o ninguna seguridad de poder hablar frente a la nación este primero de diciembre, desde el palacio legislativo de san Lázaro, Carlitos Monsiváis sabe que la comunidad intelectual de México estará más que atenta a su discurso de recepción del premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo 2006; allá en el marco de la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara.

Y es que son apenas cinco días los que difieren a un acontecimiento del otro. Pero como es preferible atenerse al orden cronológico, vayamos antes al asunto del galardón que le entrega a Carlos Monsiváis justo el 25 de noviembre, fecha en que se inaugura la feria del libro en Guadajalajara. El premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo —cuestionado desde hace un año por los herederos del escritor jalisciense, cuando Tomás Segovia dijo que Juan era un “milagro”·a pesar de no haber estudiado en la escuela formal— es uno de los galardones más prestigiosos de las letras hispanoamericanas y quizá el segundo más importante a nivel nacional. Pero el hecho de pertenecer al campo de la “cultura” no lo exime de los escándalos, el cotilleo y los sofocos.

Es cierto que el poeta de origen español, Tomás Segovia, se pasó de sincero hace un año, cuando el jurado lo hiciera acreedor de la XV emisión del premio. Si dijo que a Rulfo no se le podía “rastrear” en su proceso de formación, pues que se trataba de un milagro en la república de las letras; que había nacido con el don y punto. Después, en el acto inaugural de la feria, Segovia fue más sutil con las palabras empleadas en el discurso y no tuvo empacho (¿y por qué lo habría de tener?) de recibir la dotación de cien mil dólares y ver la reproducción de su busto en la galería de los “rulfos”. Pero el asunto no quedo allí.

Doña Clara Aparicio, viuda de Rulfo, brincó y declaró a los reporteros que la quisieran escuchar que el nombre de Juan no lo iban a estar mancillando. Que la asociación se buscara otro pretexto para entregar su premio —con todo y sus cien mil dólares, se supone. Y tan pronto Sari Bermúdez respondía, la señora Aparicio le salía con un revés, y a así se llevaron tejiendo durante la feria de 2005, con un derecho y un revés. Tomás Segovia, a partir del tercer día, ya no se volvió a aparecer. Pero la presidenta del Conaculta fue bien directa entonces, refrendó que el lío estaría resuelto en los primeros días del año dos mil seis, y con una sonrisa tan amable como fingida declaraba que siempre habían tenido cercanía con doña Clarita y era una mujer a quien le gustaba dialogar, antes de establecer demandas.

Pues ya la Aparicio y herederos han comprendido que en este país, o se pone en duda a los discursos o se los lleva la tristeza. Ignoro si van a comprar silbatos y cuando Carlos Monsiváis reciba el premio y lea su discurso, van a interrumpirlo, o si de plano la señora va a posesionarse del estrado y “órale pinche Carlitos, te lo advertimos, ahora lees tu agradecimiento en el vestíbulo de la Expo Guadalajara”. Faltan menos días que lo tan anunciado en san Lázaro, pero si es por amarrarse el dedo, ya la familia está avanzando (dicen ellos) en las gestiones para que el nombre de “Juan Rulfo” quede inscrito, como marca registrada, en el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial. Así que tranquilos, si algún dueño de cafetería “chic” tiene en su carta de cafés uno llamado Juan Rulfo (que debería ser un expreso con un chorrín de tequila), váyanse con cuidado, porque les va a caer la chota.

Será preferible dejar para mañana al presidente...