miércoles, septiembre 06, 2006

Habemus... Phillipo

El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), tras jornadas y cuestionamientos ha dado el fallo definitivo. Felipe Calderón Hinojosa es presidente electo de México, pese a las irregularidades, a los llantos, a los enojos y la congoja de la mitad de los ciudadanos que sufragaron el pasado dos de julio. La expectativa ha pasado y ahora viene la parte más álgida del proceso de transición, que debe leerse no como una máquina aplanadora que nivele la arena política sino como la concertación entre las diferentes fuerzas que, se ha demostrado, pueden sitiar a un país.

Los pronósticos de un futuro presidente con debilidades están a la vuelta de la esquina. El equipo que prepara el cambio de administración no sólo tiene que vigilar la entrega-recepción de secretarías de estado, sino saber acercarse a los principales actores políticos con la finalidad de establecer las principales líneas de acción. Es decir, Calderón y su gabinete saben muy bien que tendrán un gobierno cuestionado y será parte de las cantaletas durante todo el sexenio y como el “presidente conservador” (como lo califica la prensa extranjera) no es carismático, echar mano del populismo que su contrincante Andrés Manuel López Obrador supo gastar con astucia, no le será de gran valía.

Si para algunos Calderón “hereda”, para otros simplemente “recibirá” una administración que está ligada a un país donde seis de cada diez ciudadanos viven en condiciones de pobreza, cifras nada halagadoras . Donde aproximadamente el cuarenta por ciento de los electores no lo quería como el jefe del ejecutivo federal. Donde un Congreso le pondrá trabas a cualquier iniciativa y, por si esto no bastara, un territorio nacional minado por la violencia y el narcotráfico. Si el actual presidente se solaza con la mañanera dosis de Prozac, al que viene no le llevará muy lejos rezarle todos los días a la Guadalupana o hacer de cuenta que gobierna confiado en el mítico blindaje económico. Viene una convención, falta.

Aún no hay motivos suficientes para echar las campanas al vuelo. Ni siquiera existen las razones para que el “delfín” Felipillo empiece a idear los discursos que pronunciará con motivo del bicentenario de la independencia y el centenario de la revolución —una guerra civil que depuso a una dictadura para implantar a otra— ya investido como presidente. Pero de que le vendría muy bien un curso intensivo de historia de México lo ayudaría para no cometer los excesos verbales y las acciones brutales que Vicente Fox permitió durante la mayor parte de su gestión. Al presidente electo hay que recordarle que a Francisco Villa, con la fama que le corría y las cananas en el pecho, no le entumía desconocer a presidentes o poner todas sus decisiones en vilo.

México no está en una crisis total, pero quizá ahora la clase política tiene la obligación de mostrar hasta qué punto es necesaria, hasta dónde apuntalan las instituciones que tanto han defendido en sus discursos. Porque de seguir así, tan respingados, tan chulos, tan latos, puede suceder como en el teatro... está es la última llamada y comenzamos.