viernes, septiembre 22, 2006

Erratas involuntarias


Anoche transcribía un ensayo que preparo para el suplemento de cultura de esta casa editorial y que posiblemente aparezca en tres semanas. Y como todo lo que escribo, que sobrepase una cuartilla, lo hago en manuscrito y luego “lo paso” a la máquina, pues trato de escribir rápido o con la única rapidez que me permite el tiempo entre descifrar mi escritura y pulsar las teclas, no me percaté que yo deseaba escribir “parques” en lugar de “aparques”. Ya saben ustedes, soy de los que se confía en el corrector automático de las computadoras y tras unas pulsaciones sólo reviso que la condenada pantalla no me subraye en color rojo aquellas palabras que no reconoce.
Si la miopía de un ojo y la hipermetropía del otro me obligan a usar ya, gafas de lectura, pues es cosa que me hace desconocer los terrenos. Cuando leo o escribo a mano y gracias a esas micas, todo lo veo grandote, como del tamaño de catorce puntos, aunque lea un material cuyos caracteres han impreso al tamaño nueve. Pues yo estaba muy feliz, dale que dale a la tecla cuando aparece una abominación: aparques. Y la muy traicionera compañía que fabricó mi “pavilion” no me avisó a tiempo y según yo casi todo estaba a punto, cuando imprimo las hojas y al revisar me encuentro con eso. Por una letra de más algo puede extraviar todo sentido. Le menté la madre al inventor de las computadoras y sus programas magníficos. Y entonces, como tenía la madrugada por delante, pues me enterqué en buscar la palabreja.

Antes de husmear en los diccionarios busqué en el mío —aún pienso que todos los que escribimos llevamos un diccionario imperfecto en la cabeza— y la única relación encontrada era el famoso “parking”, un verbo conjugado de la voz inglesa que indica “estacionarse”. Pero como no sé inglés, la noción de lengua española me decía que todo “a” que antecede a la palabra, es, regularmente, la indicación de una negación. Pero “ajustar” significa volver a, y no. “Abulimia” es lo contrario a la “bulimia”. “Atraer” es volver a traer. En resultado, estaba hecho un lío y empezaba a meterme en filosofías insípidas. Busqué en obras académicas. Ya les dije que no tenía otra cosa qué hacer, porque lo fácil hubiera sido el suprimir la “a” y contentos.

Busqué un librito verde que se trata de un diccionario de dudas e incorrecciones del idioma y que adquirí hace como siete años en una feria del libro de Minería, en la ciudad de México. No lo traía, el término. Estaba a punto de irme a dormir, convencido que hay erratas peores, que son aquellas desapercibidas hasta por el lector más atento hasta que me entró la curiosidad por saber quién firmaba el manual de la máquina. Sí, esos libritos que vienen en la caja de unisel, junto al “cpu” y el cablerío y que nadie, incluyéndome, lee cuando instala su computadora.

Es decir, ¿quién será el encargado de programar el corrector automático de las computadoras? Descontemos, de entrada, a cualquier especialista en lengua, porque si ellos fuesen los responsables se trataría, por supuesto, de grandísimas aberraciones. En esas andaba cuando me acordé del “spaniglish” y de los malos calcos que tenemos en el idioma español. Bueno, la lección que se queda es que hay que andarse con mucho cuidado y no echar de menos el viejo silabario.