lunes, septiembre 25, 2006

Lenguas y salmodias

Imagen: Pescador

Fue hacia 1720 cuando a merced de las envidias y trinquetes económicos de las casas comerciales de Veracruz y la ciudad de México, por real cédula se determina “que todos los géneros y frutos y dineros que condujese la flota deberían rematarse en la feria y no fuera de ella”. El lugar elegido para las transacciones es el pueblo de Xalapa. Un pueblo que apenas si censaba a unos setenta españoles y a población indígena. Lo concreto es que de la noche a los meses, el poblado transfigura su fisonomía en levantar barracas, acondicionar bodegas e improvisar los primeros mesones.

Aproximadamente fueron setenta años de gloria ajena. Caminos tortuosos y la arriería como único elemento de movilidad para las mercancías. Pero en aquellos brillantes momentos de feria, todos los caminos de España, Guatemala, Oaxaca, Guadalajara y Acapulco conducían a Xalapa. Trajín por doquier, pregoneros que elevaban la voz. Treinta y tantos días de mercado.

En la relación de 1724 aparece la cifra de 787 “caxones” de libros y, por supuesto una gran cantidad de papel fino y corriente. Lo que significa que el criollo también leía y mojaba en tinta el cañón de la pluma para ir registrando las inquietudes de su acontecer. De lo que se leía constancia queda en una de las bibliotecas históricas más voluminosas del país, la Palafoxiana de Puebla.

Pero no queda duda. Aquel descomunal imperio cuya metrópoli estaba asentada en el Madrid de los Austrias y Borbones, tenía un nexo común desde las ciudades hasta los pueblos minúsculos o aquellos, como Xalapa, donde cada cuatro años sucedían las ferias. El vínculo que nos moldeó, fue el idioma, de Garcilazo a Cervantes. Esa lengua conformada de préstamos latinos, griegos, árabes y tantos más, se nutría también con la aportación de América hispana. No sólo llegó a Europa el sabor del chocolate, sino también la manera de decirlo.

Así, esta lengua que odia y enamora diariamente a unos cuatrocientos millones de usuarios continúa sus transformaciones. Es claro que España sin América y viceversa, deben comprenderse juntas a través de su unidad lingüística, pues compartimos desde gustos hasta sustos. Cada pueblo con sus propia historia, por supuesto, con sus respectivos mártires y villanos fundidos en bronce; de este lado los latinoamericanos tratando de enderezarnos, allende el mar los españoles en su intención de primer mundo. Pero al fin, el aprendiz de filósofo que dobla sus gafas en Salamanca, el pampero enamorado de la llanura, el decimero de Sotavento, el chicano que se frunce al sur de los Estados Unidos o el cantor habanero que se conforma con ver el oleaje desde su malecón y muchos otros, comprendemos este fragmento de León Felipe:
Hay réplicas exactas de todas las tragedias,
discos fonográficos de todas las salmodias,
y placas fotográficas de todos los naufragios.
Ningún cuento se ha perdido. Estad tranquilos.
Se sabe que el poema es una crónica,
que la crónica es un mito,
la Historia una serpiente que se muerde la fábula
y el poeta doméstico el cronista del Rey el Arzobispo.