martes, septiembre 26, 2006

Tolerancia inútil

Hay un vecino mío que tiene fama de buen mecánico pero que es un mal conversador. Así es, sin excepción suele pensar que en la plática de todos los mortales hay nociones sobre el correcto funcionamiento de una bujía, un transmisor automático o que la lucha libre es el único deporte que las televisoras deben transmitir los domingos. Esto, para quien no le tenga paciencia, puede ser un tema chocante, pues sólo tratar de “urracarranas”, “camaleoninas”, “Wilson” y “tirabuzones” a la vez de observar su habilidad para succionar la gasolina sin tragar una gota, puede ser un espectáculo tedioso. Y por si fuera poco o mucho, presume de no abrir jamás un libro, de ver los periódicos únicamente para consultar las carteleras de los cines y eso sí, de ganar mucho dinero.

Y el otro día mi vecino me comentaba que “estaba hasta la madre de los pinches vagos” que hace una semana prolongaron su fiesta hasta las tres de la mañana; que si no saben además, hacer otra cosa que jugar cascaritas y tomar caguamas. Él sólo tenía razón en la tercera parte de sus afirmaciones; la noche del desvelo era del quince de septiembre, la fiesta nacional, los antojitos, los platazos de pozole estilo Jalisco y las cervezas y tequilas. Y el juego de fútbol, callejero, lo practican sólo por las noches, pues durante el día hay más riesgos de ser atropellados que posibilidad de meter goles. Lo que él no desea ver es que desde las ocho treinta de la mañana sus vecinos, léase nosotros, escuchamos la misma emisora radial que frecuenta, y no se trata del noticiero sino de un programa chunchaquero que dedica melodías. Y ¿advierte que como su taller no tiene la capacidad para guardar automóviles, emplea la calle como bodega, estacionamiento y zona de maniobras?

Nadie puede solicitarle peras al olmo. Pero de mi vecino lo comprendo, porque como él dice, a lo más lejos que le gusta llegar es al puerto de Veracruz, ubicado sólo a hora y media de esta ciudad. Y si los viajes ilustran quizá no le guste fomentar el resabio. Pero cuando suponemos que entre mayores son los alcances intelectuales de una persona, entre más y más crece humanísticamente, se espera, por supuesto, una tolerancia mayúscula. Y en este caso la tolerancia no puede aspirar a menos que aprender a convivir con los demás, pese a las diferencias, a las divergencias esenciales de opinión; pero siempre y cuando tengamos finalidades particulares que pueden ser desde barrer la calle hasta emprender acciones para salvar al planeta de un desastre ambiental.

Es algo que por supuesto, el santo padre, Benedicto XVI, no quiere comprender. Y es que su discurso en Alemania no fue un desliz sino la repentina tentación del cetro en las manos. En aquella ocasión citó al emperador bizantino, pero acaso no toma en cuenta que sin al menos las matemáticas del mundo árabe, sería una tarea casi imposible efectuar una división con los números romanos; ¿y la medicina? ¿Y la astronomía? Yo supongo que eran más civilizados los habitantes de la Iberia donde convivían cristianos, árabes y judíos que el resto de Europa occidental, dominada por los príncipes sanguinarios, piojosos, obispos sifilíticos y papas obcecados. ¿Al santo padre no le gustará el ajedrez?

No hay que celebrar la intolerancia ni sus reacciones; pero sí advertir que primero fueron sus cándidas citas a un texto medieval y contra una comunidad distinta a la católica, pero le faltan los budistas, los taoístas y un buen número de “otros” creyentes. ¿Y luego vendrá como se supone que lo hará Jesús al final de los tiempos, a juzgar a vivos y muertos?