jueves, septiembre 28, 2006

Poesía y otros préstamos


No soy afecto a corregir tareas escolares de la manera tradicional. En primer lugar porque únicamente imparto talleres semanales sobre “Escritura creativa y aplicada” y mis sesiones —siempre de dos horas— las divido entre una charla que pretende divulgar y divagar sobre ideas que van desde obras literarias hasta las enfadosas teorías. Y cuando en mi reloj se cumplen los primeros sesenta minutos siempre digo esta frase: “Bueno, pues ya los divertí, ahora les toca escribir un poco”. Y en clase, me limito a exigir un máximo de diez líneas por alumno; otorgo sólo quince minutos de escritura y como taller que es, luego viene la lectura de aquellos que desean participar. Y como soy enemigo de las quemas de brujas, siempre me alejo de los intentos caníbales y esto lo aplico para el resto de mi vida privada. Porque una cosa es la chanza y bromas entre amigos y otra la barbarie.

Si nos ofende la televisión, la existencia que a veces nos parece tan anodina, las pésimas traducciones que se leen en la pantalla de los cines y la realidad lacerante de este país que raya en lo absurdo —dos presidentes, gobernantes enloquecidos, el entorno ecológico a punto de juntarse con la mierda de la cañería y tantos más etcéteras— la mía no es sesión académica para que los más hambrientos roan los huesos de los débiles. Así, jamás he tratado de formar para la competencia sino orientar o sugerir para lo hermoso que supone vivir entre personas que pensamos, sentimos y actuamos diferente. Cada quien es su proyecto de vida. Cada cual elige lo que mejor le acomoda, mientras no joda al resto.

Termino la idea. Cuando reviso sólo anoto recomendaciones de libros que los alumnos, a mi parecer, deben leer, y como he leído poco, no es mucho de lo que hablo. Otra cosa no puede hacer un profesor; menos uno adentrado en área de Humanidades. Y nunca solicito materiales que escapen a sus bolsillos de estudiantes. Y es que se supone que todos los matriculados en mi sesión anhelan ser escritores. Hace demasiados años que imparto estos talleres y sólo en una ocasión he sentido envidia por un tema: “La Soledad de Yerenia”, un cuento “rocambolesco” de amor prohibido entre dos virginales adolescentes y final infeliz, historias muy a mi medida. Debe estar, el manuscrito de aquella chica que jamás fue escritora, en la caja de archivo.

Pero tendrá mes y medio que una muchachita se me acercó, tras la clase, para entregarme un folio (unas 15 cuartillas) con una muestra de su poesía. Una poesía muy mala si tomamos en cuenta que sus recursos eran tan limitados. Pobrísimos modismos, imágenes escasas y repeticiones en sus versos, léase Cacofonías y otros dislates. Ella tendrá una frase que dice: “La función de un poeta es hablarnos a través de imágenes, de símbolos... que en la teoría literaria recibe el nombre de metáforas. Una intención lleva a afirmar: ‘Todas las cosas bellas tienen una parte desagradable’ y distinto es como lo escribió Sylvia Plath: ‘En todo cisne hay una serpiente”.

Nada que ver. ¿Sí?

Creo que es hora y línea de dejarlos. ¿Por qué he hablado de mis pupilos en aula? Quizá porque esta muchacha jamás leerá mis sugerencias: Oliverio Girondo, César Vallejo, Dulce María Loinaz, Rafael Alberti y Pablo Neruda. No “allá ellos”, sino “allá nosotros”. Me quedo con los muertos y que vivan los vivos. Entre mis libros sólo cabe la esperanza.

A veces, sólo a veces, me siento tan pesimista.