miércoles, septiembre 20, 2006

La gente, ¿y quién es?

Foto: Pamela Albarracín
Escuché hace unos momentos una entrevista radiofónica donde hablaba una jovencita metida en lides políticas. Por supuesto, sin el mínimo de preparación para enfrentar un micrófono y con la defensa de un partido como única bandera o excusa. Entonces la conductora interrumpió el monólogo de su invitada para indicarle que había una llamada del público radioescucha. “Sí, diga” animaba la conductora. “Buenas tardes, señorita” (qué necesidad esa de llamar señoritas a la conductoras de radio y televisión) “yo sólo quería decir que este quince de septiembre, durante el grito, además de Hidalgo y Morelos hubieran incluido: Vivan los ciudadanos que nos pagan el sueldo”.

Si tomaron el nombre de la mujer que se tomó al molestia de llamar, jamás lo dijeron al aire. Era, en efecto, la ciudadana inconforme con las tonterías que la muchachita estaba recitando, porque en la retahíla añadió que la “gente” sólo estaba contenta mientras señalaba los errores de los políticos —se refería específicamente al estado de Veracruz— pero que no es lo mismo hablar que actuar y que para muestra teníamos con el gobernador, que no descansa un minuto. Bueno, aclaró la conductora: “Tienes razón, es hiperactivo”. Y entonces venía la mejor parte, si la invitada estaría dispuesta a aceptar la hiperactividad o el síndrome de desvivencia al prójimo. Los que estábamos atentos a la emisión (qué exagerado, yo estaba solo, en mi estudio) pues escuchamos el ring-ring —creo que los teléfonos ya no timbran así, pero es la frase adecuada para indicar el sonido que emiten estos aparatos— y la voz de la señora, la ciudadana inconforme.

Y me refiero así, “ciudadana inconforme” porque significa que no está de acuerdo con que el día quince de septiembre se griten loas a los héroes que según el libro de Historia (el de primaria) nos dieron patria y libertad. Me uno a la inconformidad de la señora, la fórmula completa de ese grito patriotero debería incluir: “Pero que vivan y muchos años, mis ciudadanos amadísimos, mis cien millones de bebedores de cocacolas y cervezas frías; porque gracias a sus contribuciones nosotros tenemos desde auto en la cochera hasta pollo en la cacerola”. De acuerdo, de acuerdo, sin tantos eufemismos. Con que “vivan los ciudadanos” queda bien. Pero si era una propuesta en serio quizá la jovencita se lo tomó a relajo y por el cambio en el tono de su voz, podría calcular que se ofendió.

Chispas. Rayos. Caracoles. Recórcholis. Diablos. Centellas. Arañas. Tepocatas y algunas sabandijas relamidas, como decía, esto último, la canción de Cri cri. ¿Pero es que nadie le enseñó a la muchacha los colores que pintó el mapa después de la elección presidencial el pasado 2 de julio? ¿Qué la niña no lee al menos la sección de curiosidades en los periódicos donde se relata que en algunas cantinas los grandes amigos salieron enemigos después de varias copas y decirse por quién votaron? Pero ella erre que erre con la “gente”.

Gente para aquí, gente para allá. “Los políticos estamos para servir a la gente y si la gente no quiere verlo así es porque se les hace más fácil criticarlo todo”. En tres minutos dijo la palabra g... esa, catorce veces. Y ya sé que no se trataba de un concurso de oratoria —que los detesto y mañana les cuento eso— pero cuando alguien está tan seguro de sus ideales, de sus idearios partidistas ¿hay que endilgarle al pueblo la culpa de estar jodidos nomás porque las administraciones no han servido para nada? Usted dígame, pero con toda sinceridad, aquí entre nos, ¿ha visto a la gente?