jueves, octubre 12, 2006

América... continental y sus islas


Doce de octubre, día de la raza, todos los viejos se van a la plaza. ¿Quién descubrió América? Cristóbal “culón”. Indique los nombres de los reyes católicos: Vicente Fox y Martha. Ay, si nos hubieran conquistado los ingleses, pero no, fueron los españoles y por eso somos tan ignorantes... ¿Se le hacen conocidas estas frases?

El descubrimiento del continente americano no fue un simple hallazgo o un mojón que el navegante Colón encontrara en su camino a las “Indias”. A partir de que Pinzón gritara el “tierra a la vista” la concepción del hombre fue otra, y no la de ese marino que junto a sus compañeros llevaba tantos días a la mar y aún más historias en la cabeza. Porque ellos ignoraban la redondez del planeta y los pocos que habían observado un mapa en su vida, sabían que allende los mares sólo encontrarían el abismo, pero antes, lo funesto, seres monstruosos y fantásticos. ¿Ignorantes? ¿Brutos? ¿Salvajes? No, hombres de su época: iletrados, sin muchas nociones del aseo, con mentalidades absorbidas por el miedo al más allá y provenientes de un reino muy recién unificado. A diferencia de los que hoy tripulan las naves de la NASA —muchos son doctores en física, además de atletas de alto rendimiento— aquellos buscadores esperaban sólo una ruta segura, pero no sabían...

Encontraron un continente que puso de cabeza a la intelectualidad, a las mentes más brillantes de su tiempo. Cuando los pensadores tomaron conciencia de lo que habían encontrado aquellos marineros andrajosos capitaneados por un hombre arriesgado y ambicioso, entonces la Teología y todos los conocimientos tuvieron que enfrentar una revolución tan necesaria que parecía que todo lo anterior era una cruel mentira. Un nuevo mundo, porque a diferencia de los seres humanos que hallaron, todo era inédito, fresco, flamante, exótico.

Se dice que antes del marino Colón fueron otros los que, siglos atrás, llegaron a las costas del continente desconocido. Un tal Leif Ericsson (Eric el rojo) y sus vikingos pudieron arribar, pero ello no cambió en nada, no significó la fundación de un nuevo orden y ni siquiera la revolución del pensamiento. Lo que marca la diferencia a ese acontecimiento del sucedido en 1492, es que a partir de entonces la historia del hombre, de la humanidad, estaría casi completa. Desde hace poco más de quinientos años los significados comienzan a experimentar la universalidad y la visión global del planeta. Y aquello vendría a llamarse América.
Y América no es nativa ni extranjera, es un crisol de encuentros, dolorosos, profundos y extraños. Es la mezcla de etnias propias y fecundadas por África y Europa. ¿Y los europeos de dónde venían? Si rastreásemos los orígenes de cualquier tripulante de cualquiera de las tres carabelas, encontraríamos rasgos de romanos, griegos, árabes, judíos, iberos, godos... latinos, germanos, paganos... casi una oración, un rezo que no conduce a la comprensión de Dios sino del hombre. Y la única forma de propagar la especie humana, de fundirla, de reinventarla una y otra vez, de continuarla en sus mitos y sus historias, es mediante el sexo ejercido por un hombre y una mujer. No hay otra forma, aún. Lujuria, pasión, temperamento, entrega, amor, fidelidad, calentura, acostones, lubricidad, jadeos, violencia... ¿cuántas otras formas hay para nombrar nuestros orígenes