lunes, noviembre 27, 2006

La herida nicaragüense

Cuando se le echa de menos, cuando aceptamos que sin energía eléctrica son pocos los ordenadores que funcionarían, entonces la memoria se transforma de una caja donde es posible el almacenamiento de datos al prodigio de la identidad. Y quizá para quien aún piensa que la capacidad de la memoria humana es reductible al resguardo de anécdotas y que lo restante deba confiarse a las máquinas, la conciencia, la pertenencia e identidad asecharán cualquier intento de individualidad. Porque somos una constante suma de recuerdos significativos, porque nos constituimos en seres con un pasado, es la razón por la que tenemos derecho y proximidad al futuro. Y para ello sirve el recuerdo, y guardarlo: la memoria… esa frase de que los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo no es más que una nostalgia impregnada de romanticismo. El pueblo que olvida su pasado estará en constante búsqueda de su origen, de su punto de fundación… y lo que no se funda, simplemente no comienza.

Y parte de ello es lo que la joven cineasta Mercedes Moncada (sevillana de 34 años) se atreve a mostrar en su filme documental “El inmortal”. La herida aún abierta del pueblo nicaragüense que sobrevivió al conflicto armado de los años ochenta, el testimonio de tres hermanos que fueron separados por la guerra y que al concluir volvieron a reunirse. ¿Pero se trata del mismo país o uno inventado por los hermanos que narran su participación? Uno de ellos se va con el ejército sandinista y el otro es reclutado por lo “Contras”. Y conforme avanza la historia —bien editada, con la maña del buen documentalista, por supuesto— escuchamos de ellos frases como que al terminar un tiroteo se aproximaban a los cadáveres para comprobar si durante el enfrentamiento no habían matado a su hermano. Nicaragua de los años ochenta del siglo que se nos fue, “país verde y herido/ comarquita/ de veras patria pobre” (por citar unos versos de Benedetti), enfrentada por los intereses norteamericanos y subyugada por la dictadura. ¿Qué fue América Latina durante buena parte de su historia política en el siglo XX? ¿No era el retrete militar de los yanquis y sus oligarquías nacionales?

“El inmortal” fue rodada en el año 2005 y durante los ochenta minutos que tiene por duración uno se enfrenta a un documental de arranque muy lento, tedioso. Pero es como todas las charlas que se emprenden con los desconocidos: hace falta la intervención de los minutos para que la confianza comience a distenderse y aunque el ritmo de la “narración” no cambia, conforme el espectador va comprendiendo el desarrollo de la historia, la atención se va captando. Primero resulta un discurso audiovisual muy pesado, como sólo para captar la vida cotidiana, casi a la manera de los audiovisuales realizados por los antropólogos. Pero el montaje del material está confeccionado de esa manera; primero la presentación de la madre, luego los cuatro hermanos (2 hombres gemelos y 2 mujeres; una de ellas no se enrola en el movimiento armado) y conforme avanza el filme el espectador toma el hilo de los cinco testimonios y con ellos va conformando su propia lectura de la trama.

Y si “El inmortal” resulta pesado es porque el espectador latinoamericano está mejor informado de las historias del Holocausto que de las realidades nacionales que tiene más cerca, por ejemplo. Si hay rasgos de crueldad e inocencia en unas, pues también existen en las otras; una guerra trae sus consecuencias, sus propias rupturas, el desmembramiento social y la división entre buenos y malos, entre victoriosos y triunfadores… los saldos de la guerra son además de la economía desmadrada, el rencor entre quienes quedan vivos y al final, al tiempo, no saben en realidad cuáles fueron los motivos que los llevaron a pelear. Para Latinoamérica, todo sigue sin mostrar muchos cambios, mejorías, ¿había razón para que niños que entonces tenían trece años fueran reclutados para tomar un fusil y entre la bruma, disparar, posiblemente contra su hermano, sólo porque él había sido apresado por el otro bando?

Un documental de Mercedes Moncada y que vale la pena, sin los efectos del cine gringo y con la intención de evitar que olvidemos que en América Latina, aún quedan muchas heridas abiertas, como las de Nicaragua y también como las del sur de México y si rascamos, de la tierra saldrán los gusanos.