Pintura: Malena Ezcurra
Antes que tacharme de poco original, el título de la entrega lo he tomado de un verso cantado por Violeta Parra y compuesto, obvio, por ella. Aunque algunas maledicencias aseguran que “Año del conejo” lo canta mejor su hija, Isabel Parra y es que, para seguir con la manía de citar poetas, llega el momento en que uno debe acudir a Jaime Sabines y expresar: “Yo no sé de cierto”. Pero bueno, aquí como dice un amigo escritor, que depende de la cantidad de güisquis será el grado de tributo al ridículo al que uno esté dispuesto a exponerse, pues la plena conciencia hace callar hasta al más insensato.
Pero yo sé de cierto que los que los reporteros que cubrimos la fuente de “cultura”, al menos en la ciudad de Xalapa, andamos enloquecidos frente a la generosa cantidad de eventos a los que se supone debemos acudir. Y es que la medianía del Otoño (léase: noviembre) a todos les acomoda para estrenar obras teatrales, presentar libros, inaugurar exposiciones, emprender obras de caridad promocionadas por artistas, dar a leer inéditos a los amigos, editar discos compactos, cantar en asilos, promover foros de cine, abrir escuelas de arte, vender cursillos de gestión cultural (una mala copia de los pésimos: “hágalo usted mismo”), reseñar performances y dormitarnos con las tristes conferencias que pretenden reivindicar a los artistas de antaño. A todo el mundo le entran las ansias de mostrarse cuando el calendario ya nos indica que el año está a punto de cerrase. Aunque claro, esto sucede con todas la profesiones.
Pero como los periódicos y otros medios informativos no saben de fines de semana, temporadas vacacionales, días festivos y otras linduras, la fiesta de salir todos los días nos sitúa en los titubeos de las temporadas socialmente inertes. Usted, lector, ¿sabe de las machincuepas que hacemos en los periodos vacacionales, cuando ya sabemos que sólo una desgracia nos proporcionará información atractiva? Claro, usted pensará de inmediato en que tenemos el recurso de hacer “Lo mejor del año”... y en efecto, cuando algunos rebanan el pavo atiborrado de carne de pollo o cerdo, nosotros echamos mano del archivo y aún con todo, perseveramos.
Enrique Y. Pompeyo, mi editor directo en esta casa editorial, dice que los periódicos sólo debieran existir de lunes a viernes; bueno, eso lo expresa todas las tardes de domingo, cuando platica que no ha podido ir al cine por aguardar la información. Y Bernardo Gutiérrez Parra, mi contertulio de plana, menciona que los lunes es el único día en que está seguro se lee con atención un periódico. Pero no se crea, ¿eh? Sucede hasta en las mejores familias. Y ahora le daré, para muestra, un botón. El prestigiado y sin discusión diario hispano EL PAÍS, en la temporada de verano (cuando todos los españolitos se largan a tostarse la panza en las playas o visitan el pueblo de origen) hace un guiño a los periodistas de América Latina y se dignan en darles espacio en su voluminosa edición. Y claro, contratos jugosos pero caducos, salen a flote.
Y yo no sé por qué me quejo, pero “es de cierto”. Es muy claro que las medianías de Otoño son, para los aristócratas ingleses, otro ejemplo, su temporada de refulgencias. Y que también es cuando la academia sueca anuncia los premios Nóbel y se fallan otros galardones importantes en el mundo de los que presumen de civilización. Luego vendrá el invierno, antaño los siglos el mes número trece y con él las heladas, lo funesto, la cercana posibilidad de la muerte.
Y es que en nuestros genes pervive un silencio de antaño y un bosque casual en que nuestra imaginación se pierde. Pero la vida es otra y está allí, lista, afuera.