Era una situación esperada, aunque no se había previsto el cauce que tomaría ese río de inconformidad. Tozudez, necedad, obstinación, negociaciones, venganzas, caprichos, rencores, violencia, iracundia, inexperiencia, infamia, descaro, irracionalidad, revanchismo, golpeteo o pendejez… ¿es posible dar el mismo valor a un sustantivo que a un adjetivo? De todas formas, a río revuelto. Congreso patas arriba.
Fue el martes 28 cuando se rompió el hilo que sostenía la escasa concordia que prevalecía entre los “bandos” que en la cámara de diputados formaron las fracciones de los partidos Acción Nacional y de la Revolución Democrática. En pocas horas, las imágenes de los broncudos trajeados se mostraron en el mundo entero, o al menos dentro de los sistemas noticiosos. ¿Cómo impedir que circulara y se mostrase una gresca tan de desenlace pueblerino de baile de santo patrono y además, absurda? Y donde al final los involucrados se culpan uno al otro y sólo falta que los medios audiovisuales terminen la cobertura —por primera vez el “Canal del congreso” alcanzó una mediana audiencia, pues fue el único que enlazó en vivo, desde los dimes y diretes hasta las serenatas de los diputados cantores— al estilo de las películas de Cantinflas, donde el actor Mario Moreno, encarnando a su famoso personaje, la hacía de abogado, juez y parte. “Pos verá, chato”.
Pero la cuestión no quedó en informar al auditorio el sambenito que protagonizaron los inexpertos legisladores. Los conductores de noticieros, de México, hasta el mediodía del miércoles 29 decían: “Qué vergüenza lo sucedido en san Lázaro”. No quedó claro si se trataba de un sonrojo causado por lo que queda de pudor republicano o por el sentimiento que se experimenta cuando se ve llegar el inevitable acontecimiento de la fatalidad. Más bien parecía que los reporteros devenidos a “leedores” de notas sentían en lo más hondo, por los cien invitados extranjeros que supuestamente asistirán al acto del primero de diciembre, cuando el presidente electo Felipe Calderón Hinojosa rinda su protesta ante el pleno del Congreso de la Unión. Casi, una de la empresa Azteca TV, decía, “¿qué pensará de nosotros el príncipe de Asturias?”.
Lejos de la bulla que esto causa, habrá que recordar que las sesiones de estabilidad en las cámaras alta y baja (senadores y diputados) que conforman el Congreso de la Unión, sólo fueron posibles mientras persistió el régimen único. Es decir, cuando ninguna reforma, permiso de salida del territorio nacional al presidente de la República, nombramiento o comisiones eran motivo de discusión, análisis o veto. Las imágenes que según algunas editoriales cimbraron a los mexicanos, no hubieran sido posibles ni pensables en tiempos donde la voz del presidente era la del Tlatoani; cuando el Revolucionario Institucional captaba poco más de las tres cuartas plazas del congreso. ¿Y sólo por esto vamos a preferir la dirección unánime de un solo partido? En tiempos del PRI aquello ni se preveía, pero tampoco la sola discusión de poner a prueba la vida pública de una república que apenas hoy trata de explicarse en los diálogos gestados a partir de voces muy diversas.
Recuerden que antes de la “cargada priista” muchas discusiones de los señores diputados no terminaron sólo a golpes, sino a balazos. Y que convertir el palacio de san Lázaro en arena de lucha libre, o local donde se bailaba “slam”, es parte de tres factores: 1)Inexperiencia política; unos y otros defensores parecían a la gente, muy pobre, a quienes se engatuza en las campañas sólo a cambio de una caja con despensa. De legisladores de transformaron en plebe. 2)Diputados víctimas de un juego político cuya solución, mala o buena, ya está pactada. Ya se aceptó que Felipe Calderón es el único presidente que entra en funciones mañana; pero ahora que al PAN le cueste lágrimas el festejo. 3)Ganas de estar chingando; como cuando en las puertas de los baños de la escuela primaria se lee: “puto yo” o “puto el que lo lea”.