Año de 1980. México, Distrito Federal o la “ciudad de los palacios”. Mañana de un domingo pronosticado como caluroso. En un cuartucho ubicado en la colonia Doctores cinco estudiantes—todos originarios de provincia y matriculados en escuelas técnicas de la UNAM— calientan agua para hacer café; cuando el líquido comienza a borbotear se percatan que el frasco de Dolca está vacío. Uno de ellos echa dos o tres mentadas de madre y mientras se rasca las nalgas, recrimina a los otros por haberlo animado a seguir la parranda. Los cinco aún están un poco borrachos.
En el refrigerador sólo hay una jarra de plástico que tiene los rescoldos de lo que una semana atrás fue agua de horchata. Dos plátanos ennegrecidos y unas tortillas frías es lo que único que encuentran en la alacena. La solución es rápida, comprar unas caguamas y cinco latas de sardinas en salsa de tomate, dos rollos de galletas saladas y prender la televisión para ver el fut. Pero uno de ellos tiene la mejor idea: ir a la arena “México” para ver las acrobacias que harán El perro Aguayo contra Mil máscaras... total, allí venden cerveza fría, botanas, tortas y el espectáculo que se organiza en las gradas sólo quiere decir dos tandas por un boleto.
Once con treinta de la mañana. Los jóvenes se acercan a la arena “México” y cuando miran una fila, correctos y aturdidos, se forman. “Ora sí hay que aguantar vara” dice uno. Minutos después la fila avanza, avanza; que no se retrasen, ordena un hombre a través de un megáfono y cuando ellos quieren echar marcha atrás ya están en el pasillo que lleva al estudio 2 y 3 de Televisa Chapultepec. “Es que nosotros queríamos ir a las luchas, ¿esto qué es?” pregunta uno de ellos. “Pues ora se chingan porque van a entrar a donde se graba Siempre en domingo”, contesta burlón un policía interno. Adelante, que no se atrase nadie; repite el del megáfono. Y cuando se percatan, están sentados en unas sillas de plástico, justo a la mitad del auditorio que, dicho sea, se parece más a la gradería de un circo.
Un grupo de asistentes comienza a repartir mantas que llevan escritos recados amorosos a los artistas. “A ver, chamacas, ¿quiénes quieren ser las fans de Manuela Torres? ¿Y las de Emanuel?” Cuando se organizan los clubes el hombre del megáfono anuncia que necesita a tres abuelitas para que durante el programa le entreguen un reconocimiento que manda el Asilo de Tenayuca al señor Raúl Velasco. Las mujeres entradas en canas pelean por ser las elegidas. Después, otro hombre con su respectivo megáfono solicita a una “señora que pueda llorar”. Las “audiciones” se realizan enseguida: —A ver doña, llore más fuerte, que se le crea; ándele, así.
Uno de los jóvenes se pregunta por los artistas, ¿dónde actuarán si allí apenas queda espacio para el público? “Ah, pues ellos cantan en el otro foro, aquí nomás viene la India María a decirles unos chistes, pero al rato, como a las cinco” le contesta una guapa edecán mientras les extiende una torta y un refresco a cada uno.