viernes, noviembre 17, 2006

Tabucchi y sus instrucciones para escribir cartas

Antonio Tabucchi es un escritor depositario del mítico encanto de la cultura latina: italiano, célebre, rico y elegante. A excepción de su conocida novela “Sostiene Pereira” —y que ganara mayor número de lectores gracias a que en 1996 el director Roberto Faenza llevó al cine aquella vida de un periodista sumido en el conformismo, papel encarnado por Marcello Mastroianni— las otras historias que ha publicado son de una belleza desconcertante. Leer “Réquiem”. “Los tres últimos días de Fernando Pessoa” o “Se está haciendo cada vez más tarde” supone lo que en navegación se llama un periplo. A fin de cuentas en sus libros siempre hay un elemento de por medio, que limita o explaya: el mar.

Si hay un punto de comparación con la creación plástica, podría aventurarme a expresar que con las novelas de Tabucchi y las pinturas de René Magritte es necesario tomar distancia; porque las cosas no son lo que se ven y lo que se ve, es aparentemente la negación de los sentidos, un dulce engaño o una reprimida ilusión. Allí está, por ejemplo, “El retrato de Edward James” pintado por Magritte en 1937 y que muestra a Edwards de espaldas, pero mirándose delante de un espejo. El desconcierto del observador inicia cuando supone que el reflejo nos mostrará el frente del personaje, pero no, el caprichoso pintor belga repite la misma figura del primer plano. ¿Qué mira Edwards frente al espejo, su espalda?

Así narra Tabuchhi. Su literatura son planos discursivos que conducen al lector hacia lo que tampoco es, pero que en conjunto, cuando uno termina sus libros, hay la sensación de haber hecho turismo en un lugar que no se recuerda con exactitud pero del que atesoramos gratos recuerdos. Y si algo semejante ocurre con los vinos, donde el caldo se transmite al cuerpo mediante la vista, el olfato y el gusto, ¿por qué sólo aceptar el placer gastronómico y no hacer extensivo el goce que se deriva de un buen libro, un filme o la audición de un disco?

“Se está haciendo cada vez más tarde” (que en el original lleva por título: Si sta facendo sempre più tardi. Romanzo in forma di lettere) es una novela escrita a manera de cartas de las que se desconoce el remitente y el destinatario. 17 cartas de voces masculinas y una sola respuesta, femenina, para aplacar el desasosiego que produce la herida causada por la llama del amor o por esa incesante búsqueda que el hombre realiza con respecto a su otra mitad, a esa otra parte que lo complementa y lo hace, entonces, creerse un ser único.

Esta novela es un abanico memorable que pone a consideración todas las posibilidades de quien necesita decirle a ella, de todas las formas imaginadas, lo mucho que le echa de menos. “Querida mía”, “Madame, mi querida amiga”, “Amadísima Hemoglobina mía”, “Arrebatados estaban mis sentidos, oh, dama mía gentil”, “Querida, queridísima Querida”, “Amor mío” y “Mi dulce Ofelia” son tan sólo algunas de las primeras frases —que indican el destinatario— que anteceden a las cartas allí escritas. Luego de los consabidos dos puntos, vendrán las cuitas o los reclamos o las victorias o los cariños con retraso o los besos olvidados o...

“Se está haciendo cada vez más tarde” es una novela que sirve a los solitarios que una vez extraviaron algo, y muestra que el hombre posmoderno aún tiene necesidad de lápiz y papel para decir lo que lleva adentro.Voy a transcribir un subrayado que hice a la carta titulada Libros nunca escritos, viajes nunca hechos: “...la memoria evoca lo vivido, es precisa, exacta, implacable, pero no produce nada nuevo: ése es su límite. La imaginación, en cambio, no puede evocar nada, porque no puede recordar, y ése es su límite: pero en compensación produce algo nuevo, una cosa que antes no existía, que nunca había existido”.