viernes, diciembre 22, 2006

Canción con sonajas


(Rama, 3 y último)

Antes que las “ramas” fueran objeto de concurso y las coplas puestas a escrutinio de antropólogos y músicos especialistas en folclor, al menos en la región veracruzana, eran de lo más común. Y quizá su propio carácter errabundo las quitó de los serios catálogos de la religión católica —aunque el tema y objetivo central es anunciar mediante alegres y jocosas canciones la buena nueva: el nacimiento de Jesús— porque se trata, precisamente, de ir de casa en casa, sin que esos trovadores se ocupen de preferencias de fe. Al atrio, a la capilla, a la “casa prestada” se dejó el resguardo de las figuras que representan a los peregrinos durante el simbólico camino a Belén (que es la posada celebrada por los católicos, durante nueve noches, a partir del dieciséis de diciembre) y que culminará preferentemente, en la iglesia parroquial, la noche del veinticuatro. La “rama” es de la calle.

Y si aquellos libros dedicados a las tradiciones marcan que el acompañamiento musical de la “rama” se constituye por instrumentos diversos, en la práctica más común los conocimientos artísticos no precisan más que del entusiasmo de sus participantes. Basta una sonaja confeccionada para tal fin —en la época en que todas las bebidas gasificadas eran selladas con roscas de metal, “corcholatas”, éstas se aplanaban hasta convertirlas en discos de metal y después se perforaba el centro de cada una para crear unas cuentas que unidas por un alambre, hacían el efecto de una sonaja. O al falta de esta, la botella vacía de un refresco, cuyo exterior estaba acanalado, servía de ruidosa “caja de resonancia” al friccionarla con un palo. Un último recurso, el más pobre con toda seguridad, era utilizar un bote o lata de tamaño medio, rellenarla de piedras diminutas y agitarlo, a manera de muy casero palo de lluvia. Aquello y la excitación infantil por ganar unas monedas, eran los requisitos para salir a la “rama”. Ah, por supuesto, saber de memoria las coplas.

Ándenle muchachos, quítense el sombrero
porque en esta casa, hay un caballero...

La rama no precisaba de frondosa espectacularidad (ese fue invento de las coreografías folclóricas; muy al estilo de compañías como la dirigida por Amalia Hernández). El uso común indicaba que al menos servía cualquier ramal que mostrara el mínimo de follaje, su aderezo —por lo general unos centímetros de escarcha, uno o dos globos y algún otro arreglo— y el pulmón batiente de los pequeños cantores. Y como en cualquier tradición que se precie de serlo, había sus clases sociales. Los trovadores (el empleo de esta palabra hace comprender que es un solo cantante) se contentaban con emplear la botella de refresco como “sonaja” a la vez de porta-“rama”. Los grupos, ya mostraban sus jerarquías: quien cargaba la “rama” era el de rango mayor, pero el que recolectaba el dinero se merecía el respeto de los otros, constituidos en sonajeros, cantantes y meros bultos.

A estos cantantes de improvisado, aún se les ve, ya con menos frecuencia. Por lo regular son niños de la humilde periferia que se aventuran a los centros urbanos, atraídos por el imán de que en las zonas frecuentadas por oficinistas y clases medias (los “ricos” sólo conocen de ver aparadores en las plazas comerciales) tendrán mejor suerte. Muchas veces, su buena estrella es captar al público que sale de las cafeterías o los bares, extender la mano y decir sin empacho: “Seño, ¿no me da mi aguinaldo?”. Salen de sus casas y regresan a ellas, a pie. No saben las tonadas del chingun bells y mucho menos que la nueva usanza es el intercambio de regalos y acaso recibir una tarjeta electrónica, que al abrirla, en la pantalla de la computadora despliega flores de nochebuena y el estribillo electrónico que canturrea: “Noche de paz, noche de amor”.

A final de cuentas, las dos caras del México navideño, borracho y festivo que el dramaturgo cordobés Emilio Carballido plasmara magistralmente en su pieza de los “dos santacloses”. ¿Dickens? No, México. ¿Andersen? No, Xalapa. ¿Wilde? Cualquier calle, sólo hay que abrir bien los ojos.

Felices fiestas y el lunes, quizás mejor continuemos con libros, una evasión muy sana.