jueves, diciembre 21, 2006

Cuando la rama concursa


(Rama, 2 de 3)

Si bien las fiestas que se hace con las “ramas” son más vistosas al sur de Veracruz, en las ciudades del centro y norte también se encuentran estos cantos populares cuyos cantantes se forman con un grupo de amigos o bien por convocatoria de las autoridades escolares, de casas de cultura o de centros de atención a adultos mayores. Conforme la idea de “globalización” se incuba en las mentalidades, el mismo espectro de las ciudades que se desplaza del centro a la periferia (donde de erigen los centros comerciales) ya no permite este tipo de manifestaciones.

Antes que la tradición se viera amenazada, era común observar que en los barrios un grupo de niños, por lo general, llamaba de casa en casa para cantar y recibir una remuneración económica o golosinas. Entonces, dependía del morador de la casa, la copla o el canto de despedida. Cuando el “aguinaldo” era sustancioso los cantantes agradecían de una manera educada aquel derroche prenavideño: “Ya se va la rama/ muy agradecida/ porque en esta casa/ fue bien recibida”. Pero como la ronda comienza la noche del dieciséis al veinticuatro de diciembre —son nueve las noches, igual que las “posadas”—, y los cantantes de un barrio suelen ser los mimos y no viajan más allá de un perímetro determinado, al cuarto día los vecinos ya están hartos de atender tantos llamados. Y aquí se presenta un signo claro para indicar que no se recibirá más otra rama: apagar las luces de la entrada, a pesar de los cantos. Entonces las coplas de despedida son de notoria venganza:

Ya se va la rama, con patas de alambre
porque en esta casa, están muertos de hambre.

Como se ve, no desea feliz Navidad ni próspero año nuevo, ni siquiera cualquier otro verso de cortesía; se alude a la tacañería de los moradores y no hay vuelta de hoja.

Recibir aguinaldo o no jamás era impedimento para que se cantara. Incluso, la propia malicia de los trovadores se empeñaba en buscar sitios donde sabían que no iban a obtener ganancia, con tal de entonar una que otra majadería, que siempre iba lista en el repertorio. Pero conforme el sentimiento de urbanización transforma las típicas barriadas y los inamovibles centros de las ciudades, aumenta el tráfico y crece la acechanza del peligro nocturno, la actividad reservada (y vista con simpatía) para los niños, comienza a ser regulada por las propias familias. Así, al “ciudadanizarse”, la provincia pierde su carácter pueblerino y es más seguro ver televisión que salir a cantar. Las “ramas” formadas por jóvenes son vistas con agrado, pero es oneroso atenderlas.

Tres factores debilitan la tradición de las “ramas”: caída de la economía popular, urbanización desmedida y adopción de costumbres norteamericanas (influencia directa de la televisión comercial). Y si a esto añadimos que cantar de casa con tal de obtener dinero era una actividad prenavideña “reservada” para las clases medias y bajas, la expresión folclórica sólo comienza a ser atendida por las autoridades responsables de patrimonio y difusión cultural cuando la familia veracruzana opta por quedarse en casa a escuchar las jocosas carcajadas de Papá Noel. Ayuntamientos y gobierno estatal cambian los empingorotados peinados altos por las trenzas y a esparcir convocatorias que impedirán la total pérdida de la costumbre. Bajo un lema que podría imaginarse como “cultura popular agüevo”, cada año se ofrecen pingues bolsas de regalo a la escuela o agrupación —al contrario de cuando era casi “espontáneo”— que mejor se luzca durante los concursos.

Y como en todo concurso, lo tradicional ya no cabe. Cada año hay que cambiarlo y en cada cambio, surge la innovación. No es sorprendente que poco a poco, durante esos concursos, las “ramas” parecen más árboles de Navidad que lo que fueron: ramas adornadas con elementos característicos de una región. Y mañana, la última y nos vamos.