Publicada por vez primera en febrero de 1987, bajo el sello español Jucar (en su colección: Etiqueta negra), la novela policiaca Cosa fácil forma parte de la zaga protagonizada por el detective treintañero Héctor Belascoarán Shyne, escrita por Paco Ignacio Taibo II. Como novela, se trata de un buen divertimento que refleja a una ciudad de México con apenas nueve millones de habitantes —el tiempo “real” está situado en el año de 1977— y las aventuras que corre un ingeniero con maestría en los Estados Unidos, pero que ha dejado la comodidad de su mediana posición a sazón de convertirse en “detective independiente” (ya que está en contra de la palabrita: privado).
La misión que tiene Belascoarán Shyne en Cosa fácil es un lío de tres nudos: encontrar a un asesino que se ha escabechado a dos ejecutivos de una fábrica, descubrir si el caudillo revolucionario Emiliano Zapata sigue con vida y ser “ángel guardián” de una jovencita que ha robado unas fotografías en las que aparecen dos importantes hombres de la política mexicana. Quizá lo último parezca un tanto estúpido, ya se sabe que los gobernantes son fotografiados hasta en los actos más precarios (como dirigirse al baño, porque la verdad, ver cagar a un presidente no tendría nada de impresionante), pero en esta ocasión las fotografías involucran a la madre de la adolescente a quien el detective independiente debe resguardar. Allí está la nota de humor, negro, que tiene una buena parte de esta novela: los políticos y la actriz son captados, “a propósito”, mientras realizan su película porno. Todo un catálogo para hacer una edición ilustrada del Kamasutra, se lee, en uno de los capítulos finales.
Dividida en once capítulos, Cosa fácil es de una lectura ágil para cualquier mexicano: lugares y acciones de referencia que podemos comprender fácilmente —viajar en un camión atiborrado y comer tacos de carnitas, por citar dos. El lenguaje nos aproxima y los chistes “privados” logran que esbocemos relajadas sonrisas; aquí sucede lo contrario de cuando los latinoamericanos nos encontramos con las ediciones de la catalana Anagrama, por ejemplo, que abunda referencias totalmente castellanas (“hombre”, “tío”, “chaval”).
Hay otro dato crucial para que la novela entre al catálogo del género policiaco. Belascoarán no está solo. Paco Ignacio Taibo II adereza la asistencia al detective con la picaresca nacional, pues en lugar del “querido Watson” que ayuda al mítico Sherlock Holmes; aquí son tres secretarios cuyas propinas a veces serán únicamente los refrescos: Gilberto Gómez Letras (de oficio plomero), “Gallo” Villarreal (especialista en drenaje profundo) y Carlos Vargas (tapicero). La particularidad o lo que los une, es que los cuatro comparten el mismo despacho en el edificio situado en la calle Artículo 123. Ya en el primer capítulo nos enteramos de lo compenetrados que están, a pesar de la disparidad de sus oficios, un recado dirigido al detective es la evidencia: “Le suplicamos considere posibilidad poner pared de enfrente foto Meche Carreño encuerada estrenando monokini. Sometido a votación por los vecinos del despacho. Aclamadora mayoría. Pd: Lamentamos la muerte. Pd 2: Pinche pendejo acuérdese de ponerle seguro a la pistola”.
La historia debe parecerle conocida. Hay películas basadas en la zaga “Belascoarán Shyne”, pero las versiones son, todas, pésimas, como cine.
Pregunta para joder al prójimo
¿Cómo se llamó el escritor que creó al detective Sherlock Holmes?