Foto: Pamela Albarracín
Dicen que hoy no se presta ni siquiera al amigo más próximo, pues el peligro es uno y resulta evidente: caer en una trampa del día de los santos inocentes y en el mejor de los casos, recibir un papelito donde el engañador escribe: “Inocente palomita, que te dejaste engañar, sabiendo que en este día, nada se debe prestar”. Por eso los mexicanos solemos hacer promesas, vanas, y jurar que las cumpliremos hasta el 28 de diciembre o bien, el 30 de febrero. La segunda fecha es, a leguas vista, una trampa para verdaderos bobalicones; pues cualquiera medianamente informado sabe que no hay tal en el calendario. Y si por cuestiones de azar en días como éstos resulta algo de importancia, nuestro carácter —de por sí festivo— prefiere orillarlo al terreno donde mejor nos sentimos: la chanza.
Para la mirada ajena, la del otro, puede aparentar que los mexicanos (y los latinos en general tienen su parte) nos la vivimos en el desmadre. Jamás lo descartaremos, aunque para nosotros la “risa” tiene un significado más hondo. La hilaridad que ejerce el pueblo mexicano tiene un fundamento más “ideal” que de “acción”; aquí el humor no se ve, no hace falta que suceda para que nos provoque la carcajada, nuestra propia conformación como país ha obligado a que tengamos la necesidad de imaginar. Imaginar gobiernos honestos y gobernantes libres de corrupción, suponer que llegará el día en que diputados y senadores trabajen para el beneficio de la población, idear que llegamos sin apuros económicos a fin de mes, presumir que la pobreza de millones es parte del folclor nacional. Por eso recurrimos a la burla, porque a veces no tenemos otra escapatoria más que reír.
Rememore usted la cantidad de chistes que sabe donde se demuestra el “puro ingenio mexicano”. La estructura de tales historias es muy simple, exige la intervención de tres personajes que enfrentan una contingencia; dos de los que participan son extranjeros y el otro es paisano. Los otros sacan a relucir el conocimiento, la experiencia, el esfuerzo, pero fracasan. El ganón siempre será el mexicano: torpe, de preferencia con rasgos indígenas, con la escolaridad mínima pero dotado de una enorme capacidad para la improvisación y con una suerte endemoniada. La moraleja de la historia es que siempre nos chingamos a los adversarios, en que resolvemos una fatalidad con la aparición de otra.
Nuestra idea de revancha confirma que al menos en los chistes, Harvard y Cambridge nos pelan los dientes. A partir del surgimiento de la nación mexicana, hacia 1821, los periodos de estabilidad han sido menos frecuentes que los de inestabilidad, y como nos encanta disfrazar a las palabras, a “guerra civil” y “dictaduras” les hemos llamado desde “consumación de la independencia”, “primer imperio y república”, “liberales contra conservadores”, “segunda república”, “santanismo”, “primera intervención y pérdida de territorio”, “guerra de reforma”, “segunda intervención y segundo imperio”, “juarismo”, “porfiriato”, “revolución mexicana”, “caudillismo”, “golpes de estado”, “cristiada”, “siete décadas del totalitarismo del partido de estado”, “democracia” y ¿ahora, “sálvese-quien-pueda”?
De esta forma, hacer inocente a alguien, este 28 de diciembre, es la mera práctica del humor más exquisito.