Profesor responsable, escritor tenaz y amigo afable. Su paso por las aulas y encargos en la administración pública le granjearon las simpatías de quienes le rodeaban y cada vez que publicaba sus escritos en periódicos y revistas, a sus letras se le iban sumando un buen número de lectores. Porque como escritor, gustaba siempre de experimentar maneras novedosas de contar historias y ello lo condujo a producir verdaderas alquimias en sus cuadernos de trabajo, donde entraban desde el relato clásico hasta el poema, mínimo, conocido como “haiku”.
No era un hombre gustoso de los aspavientos y hasta donde su vista le permitió, conducía un auto sedán color blanco. Llegaba al desaparecido Instituto Literario de Veracruz con una puntualidad de inglés y con su acento de sur de Veracruz saludaba a los alumnos y compañeros que lo encontraban a su paso; si había café se servía una taza y enseguida entraba a su aula para hablar de una de las últimas preocupaciones y pasiones de su vida: la poesía. A sus pupilos les correspondió la oportunidad de abrevar en las charlas del maestro Morosini que, como todo profesor a la “antigüita”, sabía mezclar la cátedra seria, la anécdota picante y parte de su biografía. Las dos horas en que Paco hablaba a su grupo del diplomado en Escritura Creativa se pasaban volando y así como si nada, sus inmersiones sobre los poetas mexicanos, las maneras de la expresión popular, los rumores de corrillos palaciegos y las bromas que fomentaba eran la garantía para aguardar la clase próxima.
En los tres últimos años lo comenzó a publicar la colección Verdehalago. Sin duda se trataba de una ya larga carrera literaria que comenzaba a encontrar la consolidación, pues de alguna manera Paco ya estaba pisando los umbrales de las grandes ligas. Pero siempre modesto, cuando alguien le preguntaba cómo se hacía para que los editores de la ciudad de México hicieran caso al trabajo, él respondía: “Escribiendo, mano, no hay de otra, y esos cabrones no son hermanas de la caridad”. Para él, el trabajo de cada escritor suponía un verdadero esfuerzo en un país donde muy pocos, una contada elite, puede darse a las presunciones de vivir sólo de las regalías de sus libros.
Y en reconocimiento a los esfuerzos de escritura individual y de algunos grupos, Paco Morosini fue un impulsor para unirnos. El proyecto de la creación de una “escuela” donde se facilitaran las herramientas de escritura fue una ambición que albergó en los últimos quince años. Con los altibajos de siempre, pero constante, logró fundar, en compañía de otros quijotes, primero “La escuela de Escritores de Veracruz” y posteriormente el “Instituto Literario de Veracruz”. En el 2006, cuando despachaba su cátedra de poesía, lo asaltó una buena noticia, su letra al Himno de Veracruz fue la ganadora del certamen y platicaba desde entonces: “Ahora sí, como dice Gloria, mi esposa, voy a andar en boca de todos”.
Su buen ánimo se vino abajo cuando la vista comenzó a debilitársele. El curso de verano de 2006 lo concluyó en compañía del poeta Ramón Rodríguez, pero seguía bromeando: “¿En qué escuela de escritores tienen clases al alimón?”. Los jóvenes que se acercaban a él para solicitar opinión sobre las primeras letras recibían como indicación imprimir los trabajos en letra muy grande, porque el maestro ya no podía leer al ritmo de antes. Y una tarde, mientras los chicos despedían el curso, Paco nos comentó a un grupo de profesores: “Lo más duro es cuando sabes que ya no puedes leer”.
Eso lo asustaba, aunque en el relato “Las miradas del alma” de su libro Así de breve es la vida, comienza: “Mi abuela... quedó ciega. Pero en vez de hundirse en las tinieblas de la tristeza, o llorar con amargura irremediable lo que se pensaría su desgracia, aprendió a escudriñar sus adentros...”
Paco Morosini ha muerto durante la noche del penúltimo día del año 2006. Descanse en paz.