lunes, enero 22, 2007

Canción nacional: dinero y salud

Foto: Priscila

Para observar los diferentes proyectos de ver a México o mejor dicho, las distintas formas en que los ciudadanos de este país pueden interpretar a su patria, no se necesita del todo ver con detenimiento las cifras de las encuestas o los resultados que las empresas que las encargan (sea gobierno o iniciativa privada) permiten que veamos. Es obvio que los datos que llegan al gran público han pasado por un proceso de medición y de “edición” y que a la opinión pública sólo quedan reservados aquellos puntos con los cuales se va a atacar o a ensalzar una administración o el préstamo de un servicio.

La opinión que un ciudadano pueda tener con respecto a sus gobernantes tampoco puede ser medida, como referencia absoluta, a partir del número de votos que cosecha un candidato a elección popular. Los votantes en nuestro país aún son producto de la simpatía que ejerza el candidato como persona y el partido como agrupación de clase mediática y social, jamás como un organismo que ostenta una determinada ideología, de la que se supone debieran trazarse las líneas generales de gobierno. Si en México, el poder del ejecutivo federal se lo quedó la derecha, se supone que las grandes líneas de acción de toda derecha, deben ser comprendidas por los ciudadanos, sobre todo por quienes dieron su voto a favor.

Pero como seguimos con una democracia “a tientas”, desconocemos la ideología de los partidos bien por desinterés o por que en aquellas instituciones tampoco están claros los objetivos y las metas, en otras palabras: el proyecto de nación. Es más sencillo que un mexicano promedio entienda el funcionamiento de la Federación Mexicana de Fútbol, aún con los errores que se le admitan, que la forma en que opera el Poder Judicial de la Federación o la Cámara de Diputados. Y esta informada ignorancia nos lleva a aceptar cualquier atropello, ya no a la razón —un golpe al cuero duele más que uno a la conciencia— sino a los más elementales derechos que nos confiere la Constitución del Estado Mexicano.

La rebatinga por las atribuciones personales, por los protagonismos, nos provocan soslayar la verdadera responsabilidad de la función pública. Estamos hechos y acostumbrados a ver que desde administradores locales hasta federales emplean sus puestos como una permanente campaña política (de la que se piensan van a salir promocionados para continuar en el gobierno), porque eso se nos da y como nuestra educación ciudadana y en general es tan endeble, no sabemos la manera inteligente e irrebatible de abuchear el exceso de demagogia. ¿Recuerdan al jovencito universitario que no pudo encarar al envalentonado ex presidente Fox?

Una de las preocupaciones centrales de los mexicanos es, obviamente la falta de empleo y cuando se tiene, la escasa remuneración que se recibe a cambio del mismo. El segundo factor que nos impide vivir con cierta calma es el aparato de salud. Nadie quiere estar enfermo, porque sabe que en la mayoría de los casos, adquirir medicamentos y tener una hospitalización adecuada significa la ruina familiar, que de todas formas no exime el riesgo de muerte. Por eso cuando un presidente corre a inaugurar un hospital destartalado aún y un empresario inaugura una clínica para los pobres (y con todo el cinismo dice que va a salir “tablas”) y otro demagogo defiende el empleo, por eso, seguimos aplaudiendo. ¿Quién nos dijo que un presidente o un gobernador o un alcalde tienen que ir a inaugurar forzosamente lo que es su obligación y que además, les echemos porras, aplausos y confeti? Ya sólo falta que repartan aspirinas, bonos para tortillas y boletos para: “vaya a limpiar mi jardín” para que les prendamos veladoras.