martes, enero 23, 2007

La Turquía de intolerancia y asesinatos

El día sábado 20, en la primera plana de la edición internacional de periódico español El País, la fotografía —y única— principal nos hizo recordar que la ciudad refundada por el emperador romano Constantino el Grande no estaba exenta de la esplendorosa pero también sangrienta historia que la ha acompañado durante siglos. Un hombre de cincuenta y tres años fue asesinado, con tres disparos, “...a las puertas de la sede del semanario Agos, la revista bilingüe que dirigía, en el centro de Estambul”.

Si como decía Borges, un hombre es todos, o como suponemos: forma parte de la humanidad, cada pérdida es lamentable. Quien murió se llamaba Hrant Dink. Pero el asesinato de este hombre de edad madura logró captar la atención de la prensa internacional, primero porque se traba de un ciudadanizado turco que pertenecía a las minorías armenias; segundo porque ya estaba amenazado de muerte en un país sembrado aún por el odio racial y esto gracias a que como escritor y periodista empleó un recurso que sólo reconocen en plenitud los diccionarios (la “libertad de expresión”) y tercero, porque Turquía sigue en trámites para ingresar como miembro a la Unión Europea, que ya cuenta con 27 integrantes.

El tercer factor, sin duda, fue el que más resaltaron los medios internacionales —léase europeos y acaso norteamericanos, que se sirvieron básicamente de lo emitido por las agencias informativas— y la razón descansa en que se debe vigilar con lupa el comportamiento del primo lejano caído en desgracia pero que desea sentarse a la mesa de las cenas familiares y no se conforma con tener un lugar en la cocina, con el resto de la servidumbre. Turquía, la histórica, la fuerte, la de los contrastes, el territorio que tiene adentro de su mapa la esplendorosa Bizancio o Constantinopla o Estambul, una ciudad que llegó a representar el único esplendor del mundo conocido por los príncipes occidentales y que dotó a Venecia de una buena parte de los tesoros que ahora luce... por todos los medios y sobrados argumentos, ahora pugna por convertirse “europea”.

¿Qué depende o qué necesita un país para ingresar a la pomposa Unión Europea (UE)? Se comprende que los primeros que formaron parte de ella son países ricos, con democracias aceptables, niveles económicos, sociales y culturales que refieren al primer mundo. Naciones que se unieron para fortalecerse de las posibles fracturas económicas que pudiera inflingirles el dólar y mostrar al imperio norteamericano que el “euro” tenía la suficiencia para hacerle fuerte. Y muy al contrario de lo que se pensó al inicio, está “unión” no provocó la fisura de la identidad nacional, que en el fondo eran los temores de los grupos radicales o nacionalistas de cada país. Y en efecto, se trata de una unión, pero como en toda familia, hay unos más ricos y guapos, con matrimonios mejor avenidos que otros.

Los últimos países que ingresaron a la UE fueron Bulgaria y Rumania. Y como no es fraternidad, ni cofradía, ni reunión para las buenas costumbres, los indicadores económicos promueven la “nueva inversión” en estos países, ¿de qué manera se puede invertir en lugares donde la caída del “socialismo” desmadró al orden entonces establecido? Pues hay que llevar “Europa” (véase como actualidad, confort, moda, consumismo, artículos de lujo, canales de televisión, puteros a la usanza parisina y otros etcéteras) a donde las malditas huestes del comunismo aislaron al “Este” y los Balcanes del mundo. Termino esto con un dato: en Bulgaria, antes de la caída del bloque, su capital, Sofía, tenía 1, 100 librerías; ahora sólo quedan 50.

¿Mataron a Hrant Dink por ser armenio, porque le cayó mal a los turcos, porque su asesino escuchó la voz de Dios? ¿Europa tomó el caso porque cualquier indicio de violencia la hará titubear para aceptar a Turquía como estado miembro? Si el tema de la intolerancia y sobre todo, el conflicto que ven los países que están por ingresar a la UE, le interesan; le sugiero una novela estupenda, “Nieve”, del reciente premio Nóbel de Literatura, el turco Orham Pamuk. Es más, este viernes le comento por qué se la recomiendo. Es un trato.