jueves, enero 18, 2007

Destino de colores

Azul. La tapa del cuaderno nuevo en el que escribo es azul. Azul es también el color de la esperanza, pero al mismo tiempo algo calmo o de tempestades. Si a los poemas conocidos les adjudicara un color, sería lindo pero también arbitrario. El blanco, por ejemplo, puede ser alegre si lo asocio con el vestido de la novia que acude a su boda con un gusto infinito; pero las mortajas, por lo común, también son blancas.


Los humanos solemos jugar con los colores al dotarlos de significados en situaciones determinadas. Usamos el negro en señal de luto, pero también como símbolo de extrema elegancia. Los publicistas saben usar los colores, pues conocen bien nuestras aspiraciones y gracias a ello le dan forma a los productos que suelen vendernos. En otros terrenos, como la política, la composición de cada bandera encierra toda una historia e incluso una mitología para expresar su razón de ser; en estos casos el color distingue y cuando buscamos una referencia para el pueblo brasileño, son dos los colores únicos y fundamentales: verde y amarillo.


Somos colores, y lejos de toda poesía, estamos rodeados de ellos como: marcas, distintivos, estatus, calidad, capacidades y alcances. Ya desde Platón se habla de hombres constituidos, cada grupo, por tres metales: oro, plata y cobre. Y conforme sucedió la historia, hubo necesidad de emparentar las características humanas con los colores. Hombres blancos, negros, rojos y amarillos, que por obra y gracia del conocimiento dominante, unos se convirtieron en seres más dotados que otros. Para occidente y el mundo anglosajón, el ser humano de piel negra fue indiscutiblemente apto para la resistencia física, mas no para el ejercicio intelectual. Aquellas fueron ideas para sojuzgar a una población dominada por la barbarie; una mentalidad que suponemos inválida para el mundo civilizado, que no es lo mismo que “globalizado”. Y estas son cuestiones de fondo, pero que en su superficie, en forma, fueron nombradas, resumidas, a partir de establecer diferencias en el color, En este caso, de piel.


En el terreno de las ideas, tales afirmaciones ya no deben existir. Porque ha ocurrido sobre el tema más de un siglo de filosofía, ética, historia, economía y sobre todo —quizá el momento más definitivo para la humanidad— cuando la fría y tajante ciencia demostró la composición del mapa genético. El temido abismo del ADN se convirtió en un salto de banqueta cuando los entendidos en mediciones casi perfectas nos dijeron que la “diferencia” estriba sólo en el uno por ciento.


Pero el territorio de las prácticas aún es pantanoso, en sus casos más amables y en los aborrecibles, se trata de arenas movedizas. Si la ciencia nos ha dicho que la capacidad potencial de una treintona norteamericana es similar a la de una italiana que todos los días camina por la plaza de san Marcos (Venecia) y también a la una habitante de la africana Zanzíbar; un capricho del carácter “cientifista del siglo XXI” nos conduciría a afirmar que sí. Pero la historia nos dará un vuelco para demostrarnos que a pesar de las similitudes de especie (esto es estúpido afirmarlo, pero así es), la raza aún se observa como el ángel guardián que cuida la entrada al paraíso perdido, con su espada flamígera entre las manos. Las treinteañeras del ejemplo hipotético que mostraba paridad establecida por la ciencia, pierden cualquier posibilidad de competencia en el instante que la historia eructa su pestilente veredicto.


Supongamos que la norteamericana es una chica neoyorkina nacida, educada y cuyo proyecto de vida está limitado a Manhattan. La joven latina cruza san Marcos y esquiva las cagarrutas de las palomas, de lunes a domingo, porque es la encargada de abrir la tienda donde se venden los recuerdos a los turistas. La que vive en Zanzíbar es costurera, gana el equivalente a treinta dólares semanales y todas las noches, sus dedos pinchados por las agujas, repasan con vehemencia las páginas de un cuadernillo que le permitirá aprender inglés y con un golpe de suerte, largarse para siempre.


¿De qué color verán estas tres promesas el poema más romántico escrito por Dante? Conclusión: los colores son arbitrarios.