miércoles, enero 17, 2007

Silencios y omisiones

Sería muy ocioso levantar una encuesta para saber qué hombre rechazó material pornográfico durante su adolescencia o quien no se ha masturbado soñando con la mujer de sus anhelos. Pero ya cuando las preguntas sobrepasan la ficción y se convierten en realidad, la palabra encubre nuestras incandescencias sexuales y suelen colocarse las etiquetas a los actos que, lejos de tildes científicas, requieren decirse por su nombre. Abuso a un menor de edad debe expresarse como lo que es: violación y asumir las consecuencias, no lingüísticas, sino las nociones éticas y morales que conlleva la palabra.

Pero en el país de la fiesta podemos decir: pito, plátano, verija y papaya siempre y cuando sea parte de un chiste, siempre y cuando nos encandilen las copas y las risotadas coronen la gracia verbal del albur y el doble sentido. Curioso. En aquellas situaciones no importa nombrar, exagerar dimensiones o poner en ridículo la situación de una pareja y por supuesto, todo buen chiste tiene, como eje de discusión, el sexo. Sin embargo, ocurre la paradoja, cuando lo normal se transforma en contra-natura todo acto se vuelve, como por magia, en impronunciable.

A ninguno nos avergüenza asegurar que tenemos gripa, gastritis o tortícolis. Pero cuando algún mal es ocasionado por terceros, silencio y acaso murmuraciones. ¿Qué tan próximos somos para aceptar la sexualidad y su ejercicio? En la medida que lo aceptemos quitaremos el estigma. Por ejemplo, hay familias donde el nombre de unos de los integrantes está prohibido, porque fue un desobligado, o dilapidó la fortuna que con trabajos hicieron los ancestros o resultó un libertino que hizo transitar al apellido por los caminos de la deshonra. ¿Y qué? Con evitar nombrarlo no deja de existir. Es verdad, la palabra es un acto fundacional, creador... pero cuando se le prescinde es porque hay plena seguridad de que prevalece.

Muchas veces la idea de “no decir” viene de un acto de absurda caridad. Que esta noche no se hable de bebés porque Ninfa abortó, involuntariamente, y sería como recordárselo; dijeron alguna ocasión, vía telefónica antes de iniciar una cena; aquella muchacha iba a ser madre soltera. Pero habría que pensar en que si Ninfa abortara por decisión propia entonces sería una puta bien hecha, porque además de tener relaciones sexuales está negando el fruto de su pecado. Y si la desdichada tuviera una infección de transmisión sexual, carajo, eso se sacan. Por favor.

Por esta costumbre tan nuestra del silencio en los momentos donde la verdad más requiere que se le mencione es porque la impartición de justicia en delitos sexuales está tan a la zaga. En todas las familias hay secretos, en todas las escuelas se sabe de los abusivos, en las facultades hay profesores marcados porque sus ex alumnos (as,) quienes saben cuánto trabajo de colchón costó el diez; en las empresas o sistemas burocráticos se sabe de los favores que solicitan algunos jefes y todos tan contentos, con la boca bien cerrada, hasta que el SIDA nos alcance.