Cofre de Perote. Es la montaña que corona los paisajes de la región y cuya vista, en la ciudad de Xalapa, es privilegiada desde la terraza del céntrico parque Juárez, justo en el corazón de esta capital. Hace no menos de diez años cuando un grupo de entusiasmados quiso que cercenaran el último nivel al edificio que hoy ocupa la (también manzana de la discordia) Biblioteca Carlos Fuentes, la bucólica imagen de que esos metros de concreto atajaban el paisaje fue defendida por unos y vituperada por otros. Los que fueron llamados “paisajistas” se escudaban en su derecho a disfrutar de las bellezas naturales; entre ellos dos antropólogos, Roberto Williams García y Carlo Antonio Castro, paradójicamente ninguno es nacido en la ciudad y fueron sus más destacados defensores. En fin...
Perdieron los “paisajistas” a pesar de todos los recursos, más apegados a la conciencia que a los manuales de derecho. La ciudad perdió una terraza natural pero ganó el rescate de un edificio que hoy es una lujosa y cómoda biblioteca pública —para el público adulto, recomiendo la consulta de libros sobre arte erótico de la prestigiada colección Taschen; a los muy jóvenes dudo que les interesen. Una cosa por otra en un país que tiene legislación en materia ambiental pero a la vez una escasa o nula aplicación de las leyes. Cuando surgió la revuelta por “Córtale el cuello al cisne” (como se llamó aquello de reducir un piso al edificio) un ingenioso dijo que lo mejor sería colocar un mástil gigante justo a mitad del parque, equiparlo con una especie de cesta y que un mecanismo subiera a las alturas a quien deseara ver sin interrupciones urbanas el paisaje que brinda la sierra y el Cofre de Perote.
Si uno recuerda un poco la historia de la fundación de la mínima colonia hispana en “Xallapan”; mucho antes del auge de las pomposas y cortísimas ferias —ojo, alcalde: las ferias de entonces sí eran un verdadero acontecimiento y la iglesia nunca las vio con desconfianza— una de las razones para que emprendieran el asentamiento en el pueblo de indios fue la edificación del convento-fortaleza de san Francisco. Quien hoy camine por el parque Juárez, que fue donde se ubicaba el convento-fortaleza, observará que se trata de un punto estratégico para admirar una buena parte del paisaje de la región: “territorio”, “territorio vigilado: sitios controlados”. Y por aquel entonces no se veían también los calzones tendidos en las azoteas, ni los tinacos, ni el caos vial que impera en el centro de la ciudad.
Pero como una sevillana: “Todo termina en la vida/ y hoy nuestro amor se acabó”. Los ciclos naturales del Cofre de Perote han pasado a mejor vida. Queda todavía la montaña (aún no encuentran la forma de venderla en bloques) pero cuando en estas épocas la cima, sólo la cima, se corona de hielo, esto se convierte en un espectáculo para la ciudadanía. Es cierto, los que viven en la ciudad de Perote y montaña arriba, no celebran igual —si ellos no disfrutan el paisaje lo sufren, es seguro— pero lo que se atina es recordar que hace treinta años, ver la mitad de la montaña nevada hasta la mitad, durante el invierno, era la cosa más natural del mundo. A este paso, sumiéndonos en que si el parte del derecho a la mirada o no, si hay que terminar de desmadrar las reservas que quedan, erguir más centros comerciales (que procuran empleados, pero ¿dan dinero a la ciudad?) y permitir ignominias contra la casa en que se vive; a este paso, cuando rebuzne un burro todos haremos fila para ir a verlo, porque será el espectáculo más conmovedor del mundo.