jueves, marzo 29, 2007

Bautizos y nombres

Foto: Ixchel

La mañana olía a la cera más vieja del pueblo y contrastaba con el aroma a pan recién horneado. Hacía pocos minutos que el silbato del ferrocarril resonara por sobre los techos rojos de las casas y por debajo de las torres de la iglesia. Después, el lugar se quedaba mudo; las mujeres ya no correrían más hacia la estación, con la esperanza de revender un pan de ajonjolí o unas ruedas de queso de cabra. Los hombres iban dejando atrás las calles polvosas y se perdían en las cercanías de los potreros. Los niños se habían apretujado a la entrada de un edificio de piedra volcánica, mientras: sus brazos flacos y prietos de mugre decían “adiós” a la caravana de vagones de carga y pasaje remolcados por una máquina que no cesaba de eructar humo, silbidos y campanazos.

El tren partía y la cuenta de las doce próximas horas comenzaba para los de Las Vigas.
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En el interior de la iglesia los cirios y las veladoras ardían como de costumbre, vigilando las caras de los santos de madera: Ignacio, Apolinar y Teresa; los ojos de vidrio de las figuras de yeso: Virgen de los Remedios, San Pedro, San Isidro Labrador y María Magdalena; la piel rugosa de los personajes de los retablos: Virgen de Guadalupe, Santísima Trinidad; Jesús crucificado y San José.

De la puerta de madera, de la sacristía, emergió un aroma de incienso lágrimas de la virgen y el humo se comenzó a colar hasta donde los cuadros votivos (moda del cura recién llegado de Celaya) que reproducían la muerte de los acaudalados, mártires y pecadores que alguna vez experimentaron el remordimiento de sus culpas terrenas y mandaron retratar fragmentos de su existencia a los pies de ciertas leyendas:

“Aquí, la niña María Eusebia Agripina, hija de don Onésimo del Carmen Armenta y Landa es matada por las manos asesinas de quienes le quitaron la vida a la corta edad angelical de cuatro años cumplidos y se ve cómo su alma sube al cielo en forma de una palomita rodeada de fuego de la eternidad que sigue ardiendo en el corazón de los afligida padres”.

Aquellas láminas, oscuros soportes para las tenebrosas alegorías, se gastaban por los aromas y las miradas de los fieles que se iban acodando en las bancas.

El sacerdote caminó hasta la pila bautismal y sumergió sus manos en tanto rogaba al Dios de los maderos le permitiera purificarse, lavarse con el agua bendecida y convertir a cuantos mojara, en seres más blancos que la nieve.
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Núm. 160. Reynalda.
En la Iglesia Parroquial de Las Vigas a veintiséis de enero de mil novecientos veinticinco yo, el Cura encargado, bauticé solemnemente, puse óleo y crisma a Reynalda, de trece días de nacida, hija legítima de Melitón Sotero de Jesús Elizondo y de María Pastora Isidra de la Soledad Falfán; fueron sus padrinos José Vianney Landa y Eufemia Gabina Landa, a quienes advertí sus obligaciones y parentesco espiritual.- Doy fe.
Justino M. Olivares
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El diácono alcanzó su mano derecha hasta el cordón mugroso que pendía del badajo de la campana. Se anunció el inicio de los servicios religiosos y un coro desafinado predicó la sumisión del alma encarcelada a preferir por la existencia de un Dios Todopoderoso. Comenzaba la oración y los corazones se elevaron.

Todos admiraban al Dios que guía, conduce y abate el alma y que viene desde el santo Monte de los Olivos, los tabernáculos y se posa sobre el altar de piedra que besa el sacerdote a fin de idolatrar las reliquias de los mártires. Como intentando traspasar con los labios los tres manteles de lino, representación con que fue cubierto el cuerpo de Jesús, por los siglos de los siglos.