A nadie le consta si en los días de julio de 1859 hacía un calor endemoniado o si el indio Benito, aunque ya presidente de los intentos de república mexicana pero que no dejaba de ser un zapoteco puro, se había liado a gritos con Margarita Maza porque era la única que lograba acomodarle los cabellos y que el primer mandatario entrase, bien relamido, a las juntas de acuerdo con su gabinete, en Palacio Nacional. A nadie le consta qué desayuno el matrimonio Juárez-Maza en aquellos días de pesadumbre que se venían, porque horas después se firmaban los acuerdos para expedir las Leyes de Reforma.
¿Había necesidad de reformar a un país cuya vida independiente tenía apenas treinta y ocho años? Dicen que Benito era “rojo” y nos consta que masón, que con aquellas leyes hizo que los curas se arremangaran las sotanas y se largaran bien pronto a las europas, de donde habían venido. Rumoran que al licenciado oaxaqueño no le hacían mucha pandorga las ostias, o los dulces de canela con leche y el rompope que preparaban las monjas poblanas y que cuando lo vieron entrar al templo que convirtió en biblioteca una cola larga, purpúrea y con pelos se le escondía por debajo de la levita. Puras mentiras, porque también se atrevían a afirmar que si el señor presidente usaba sombrero de copa era para ocultarse los cuernos de pingo que le crecían de entre las sienes.
Y parecido a la paloma negra, Benito no dormía porque todo se le iba en cavilar la manera de que la Iglesia mexicana quedase en ruinas. Como en ruinas estaban las arcas de la nación por culpa de esos comesantos cagadiablos que sangraban al pueblo. Triunfó este condenado masón porque nacionalizó los bienes eclesiásticos, hizo laicos a los matrimonios, como institución social de frente al Estado; y la jodida eso de que se enterraran despojos en los atrios, por muy cristianos que hubieran sido. Se van de espaldas los mochos al suprimirse las comunidades religiosas y permitirse la libertad de cultos; y sin frailes ni monjas a ver quién le cuida al presidente a los enfermos y a los locos... ¿vendrán los liberales a limpiar babas y bubas o los van a soltar por los caminos de Dios en la republica del diablo? Sí, que mejor los hubieran echado a la calle con su cencerro al cuello, como los borregos que cuidaba el niño Juárez allá en el pinchurriento pueblo de San Pablo Guelatao cuando era pastorcillo.
Pero el Todopoderoso no se anda con angas y mangas y por eso en 1864 nos mandó al archiduque Maximiliano; para que rehiciera al país católico, apostólico y pueril. Que el indio coja su carretita y se esconda porque donde lo encuentren las tropas del mariscal Bazaine allí mero lo fusilan, para que se dejara de cuentos. Nada de que se muriera entonces porque “los valientes no asesinan” y que regresa a los tres años para sentarse otra vez en la silla que tienes coderas en forma de águila y patas como de león y aquí tienen, señores conservadores, señor su Alteza Locuacísima López de Santa Anna de regreso al indio. A ver quién es más necio.
Y dicen que fue angina de pecho o uno de los diablos que se pasaban por sus colaboradores, pero el señor presidente se va muriendo completito en julio de 1872. Y si Juárez no hubiera muerto, pues don Porfirio Díaz no llega al poder y en gratitud a tan humano acto hasta le mando erigir un emiciclo, de mismísimo mármol. Qué respeto entre los individuos y las naciones ni qué ocho cuartos. Al pobre Benito no lo dejan ni descansar en paz porque a cada rato cuando a los políticos de hoy les entra la brama, ahí están, cítale que cita y llórale que llora.