Imagen: Keith Haring
¿El amor es terrible? ¿El amor da miedo? O simplemente hay que preguntarse si el amor transforma y hasta qué punto esas metamorfosis son capaces de operar en nosotros. Porque si bien no somos los dioses, semidioses y héroes de los que nos habla Ovidio —Las metamorfosis— como para que todo cambio, por mínimo, sea evidente, es obvio que cuando un cuerpo está dispuesto a enfrentar la noción de “entrega”, hay cambios sustanciales que operan en él.
Pero entonces ¿el amor es la capacidad de transformarse para virtud o regocijo del otro, de la persona amada? O ¿el amor es la disposición de aceptar los sacrificios necesarios para que el amado(a) se percate que se está convirtiendo en una especie de deidad —al menos privada— y que para otro de los mortales que se rodea, aunque sea para uno, adquiere matices más que especiales? Cuando uno ama no piensa inmediatamente en el sentido de reciprocidad, ese viene tal vez en el momento de la primera fractura o del primer enfrentamiento pleno con la realidad. Es decir, cuando la primera decepción es evidente, viene como de golpe un recuento de los “sacrificios” obrados pensando en tal o cual persona.
Aquí es conveniente preguntarse: “¿En qué momento me pidió hacer esto o lo otro?”. Sólo trato de afianzar una idea, no hacer demostraciones científicas y menos aún psicológicas, porque se trata de componer una novela, una no-realidad o expresado en otras palabras, una “ficción”. Pero es una condición del amor el sentimiento de desapego, de renuncia a una comodidad o estatus determinados para que entonces, al momento de perder la credulidad o candidez que dota el amor (¿el antifaz?) venga, de inmediato, la primera herida, el primerísimo y hondo dolor. Continúo...
El primer desengaño impacta, siempre se recuerda porque es el “primero”, los que vengan sólo van a confirmar la obstinación o necesidad que el ser que ama, no el amado, tiene para seguir observando otra realidad, es decir, el espejismo. Entonces el “amor” es una idea que nosotros hacemos con respecto a la otra persona, son atributos que le sumamos, habilidades que damos por contado, destrezas que, muchas veces sin que el otro ofrezca motivos para pensarlo, nosotros lo adheridos a esa falsa imagen. A ver, escribo algunos sinónimos o palabras relacionadas con espejismo: ilusión, ofuscación, quimera, alucinación, ensueño, sueño y figuración. Y todas, expresadas solas, sin otras palabras que la acompañen para redondear una idea, conducen a la noción de fracaso, de engaño, y muy pocas de tomadura de pelo.
Pero si ese es el amor, habría que evitarlo a toda costa, porque es una idea que nos lleva a acciones que a la postre nos van a lastimar, a doler, a ofender en nuestra dignidad. ¿Y alguien es capaz de evitar siquiera la idea de amar cuando le llega una oportunidad? Querrá decir que el sacrificio realizado, es decir, “adornar” al otro con capacidades que no son suyas y permitirnos creerlos, ¿nos lleva a la pérdida? Pero entonces es parte de la condición humana e incluso divina: “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que el mundo se salve por Él”. ¿O esta idea se muda con el pasar de los tiempos?