Escuchar la palabra “África” equivale al surgimiento de representaciones mentales que si bien no son ajenas, son excluyentes de una realidad total. Uno evoca leones, elefantes, una caravana de negros que camina tras un expedicionario y otros espejismos. Las imágenes proporcionadas a través del cine han provocado que en nuestra mente abreven fantasías y exotismos.
Se trata de un continente lejano y de contrastes y por lo tanto en las bibliotecas privadas, escasamente surtidas, habrá pocos libros dedicados al estudio de África o quizá estos no pasen de los clásicos ejemplares que se utilizan para adornar la estantería: bellas ediciones con impresiones a todo color. Información atrapada en las páginas de libros que publicitan los sitios más recónditos o más raros; Atlas geográficos y manuales que describen con brevedad la vida animal. Una reciente crónica de un viajero se dedica a deshilvanar el arribo al aeropuerto de El Cairo, donde se respira con dificultad porque el calor es insoportable y hay que andar sobre el asfalto abrasador, porque no había servicio de autobús. Allí está una primera aproximación en las páginas de un semanario.
Cuando se menciona lo ajeno, lo lejano, se declara la existencia del “tú”, el “otro”. La investigadora Ximena Picallo analiza el efecto de la descolonización de la imaginación en la literatura africana. Una literatura que antes de encontrar sus propias voces, fue dominada por las presencia del “otro” en su calidad de un observador extranjero. Y advierte Picallo que es necesario situar distancia con respecto al “invitado” —que como sucede en cualquier situación de dominación y colonia— y centrarse específicamente en la producción nativa, de tipo más local. En la medida que se atiende la explicación de una visión del mundo inmediato, es posible hallar los rasgos más distintivos de una cultura. Pero si la literatura no suple a la historia aunque las ficciones tengan necesidad de un soporte de tiempo y espacio, en muchas ocasiones es el material del novelista el que difunde o divulga algunos hechos históricos.
Identidad y encuentro es lo que orilla a construir un imaginario determinado. Son pequeños mundos que gravitan en un planeta. “Si alguien observa mapas de África antiguos, enseguida se dará cuenta de una cosa: que en ellos se ven señalados decenas, cientos de nombres de puertos, ciudades y poblaciones que aparecen situados a lo largo de la línea de la costa y el resto, ese resto enorme e inconmensurable, es decir, el noventa y nueve por ciento de esta parte del mundo, se ofrece casi como una gran mancha blanca, con alguna que otra señal dispersa aquí y allá” (Ryszard Kapuściński. Ébano).
Angola, Argelia, Benin, Botswana, Burkina-Fasso, Burundi, Cabo Verde, Camerún, Canarias, Chad, Comores, Congo, Brazaville, Congo-Kinsasa, Costa de Marfil, Djibuti, Egipto, Eritrea, Etiopía, Gabón, Gambia, Ghana, Guinea Bissau, Guinea Ecuatorial, Guinea-Conakri Lesotho, Kenia, Liberia, Libia, Madagascar, Malawi, Marruecos, Mauricio, Mauritania, Mayotte, Mozambique, Namibia, Níger, Nigeria, República Centroafricana, Reunión, Rwanda, Sahara, Santa Helena, Santo Tome y Príncipe, Senegal, Seychelles, Sierra Leona, Somalia, Sudáfrica, Sudán, Swaziland, Tanzania, Togo, Túnez, Uganda y Zimbawe.