Foto: Pamela Albarracín
El juego estaba llegando a límites en que todos los invitados estarían dispuestos a soportar: preguntas sobre la vida privada de cada quien. Emilio giró la botella mientras acariciaba una tarjeta. Los giros se detuvieron y el hocico de la botella indicó que era Claudia quien debía responder.
EMILIO: Escucha bien. “Tu pareja hace un viaje. En su ausencia, un amigo común te invita a cenar. Tú sabes que le atraes y no te es indiferente. Él te pide que no digas nada de la cena, a tu pareja. ¿Aceptarías la invitación?”
CLAUDIA: El que no arriesga no cruza el río. Bueno, no se rían: un viaje sirve para ver si de verdad extrañas y amas a tu pareja. Claro, que si aceptas salir con otro quiere decir que el ausente no te interesa mucho. ¿Qué soy honorable jurado: inocente o culpable?
Las opiniones se diversificaron a favor y en contra. Las mujeres votaron por aceptar la claridad con la que Claudia había resumido el problema de la fidelidad, eterno litigio entre los seres humanos. Los hombres se conformaron por dar como terminado el juego y declararon una tregua para beber el tequila almendrado que se mezclaba con refresco de manzana.
La fiesta concluyó entre risas y sorpresas. Claudia salió con Adrián y cuando el bullicio de los brindis se quedó atrás, él se mostró un tanto reticente:
—¿Qué te pasa? Desde hace rato estás muy serio, no quieres ni tocarme— le dijo ella a él.
—¿Qué me va a pasar? Estoy feliz, agradeciéndole a Dios que me permitiera venir a esta fiesta— gritó él, manoteando y exaltándose a la mitad de la calle.
—No me vengas con el cuento de tus celos— imploró. Se acercó más a él y lo abrazó, pese a que Adrián la rechazaba.
—Si es por la respuesta que le di a Emilio, perdóname. Quise entender que era juego y nada más. ¿Me perdonas si te doy ocho besitos? — le preguntó melosa.
—¿Y si se los das a Emilio?— dijo, limpiándose la mejilla en la que Claudia le había estampado un beso.
—¿Emilio? Es mi amigo y tú amigo. ¿Qué te pasa?— preguntó ella con toda la indignación posible.
Adrián gritó: “¿Qué ha de ser? Sabes que mañana es miércoles, que no tengo nada preparado para el programa y me traes a la fiestecita. Te pasas la noche platicando con tus amigos, bailas con tu primo y yo como baboso. Se te ocurre el jueguito de la botella y para hacerlo más emocionante el idiota de Emilio saca las barajitas de otro juego. Vienen las preguntas, te toca, respondes, todos se ríen, me ven y tú orgullosa, agradeciendo las porras de las mujeres. Y ahora me preguntas, indignada, ofendida: ¿qué te pasa?
—Creí que no teníamos problemas de celos. Me conoces.
—Claro— dijo mientras abrió la portezuela de un taxi que se había detenido. Subieron, serios, y durante el trayecto nadie habló. Los dos se conformaron con ver la ciudad de noche.