viernes, abril 20, 2007

Dictadores muy tranquilos


En orden cronológico: Porfirio Díaz y Francisco Franco, por mencionar a dos de la pléyade de los dictadores hispanoamericanos del siglo XX, murieron arropados en sus mullidas camas. Claro, ninguna muerte y funerales tan teatralizados como los de Franco y su faraónico Valle de los caídos. Y en los umbrales del XXI otros dos permanece a la zaga en la lista de la Catrina: Fidel Alejandro Castro Ruz (1926).

Claro, el desarrollo del gobierno dictatorial siempre encuentra evaluaciones a favor y en contra... y generalmente las opiniones que lo favorecen vienen de los sectores de ultraderecha, ligados al cobijo de sus cleros nacionales (caso España y Chile) o de quienes han obtenido el mayor número de dádivas, como ser “compañero funcionario” en Cuba. Esto quiere decir que en este tipo de imposiciones siempre hay quienes salen ganando, clases privilegiadas a las que no afecta cambio alguno en las formas de gobierno. Y bueno, se ha dicho hasta el cansancio que lo pésimo de cualquier dictadura es la supresión de las garantías individuales que, en menos o más palabras es la falta de libertad cuando no de comida. En el año 2000, en La Habana, me declararon unos manejadores de “jineteras” (prostitutas): “No tenemos hambre, comida la hay; lo que tenemos es necesidades de artículos que para ustedes son comunes pero, para nosotros son de lujo”. ¿Cómo qué? “Como una botella de shampoo o un tubo dentífrico”. Pero más allá de los accesorios cotidianos que produce el confort, el lío con las dictaduras supone la implícita no crítica al sistema.

Un ejemplo, siniestro, como todos los ejemplos. Los críticos más acérrimos al régimen de Fidel Castro han expresado que si el pueblo no se rebela se debe más bien a una cuestión de carácter psicológico. Quizá se trata de una idea descabellada, a primera y última vista, pero el argumento que manejan es que el comandante no tiene a su disposición los miles de policías secretos que el ideario común supone. Y una manera de control es vigilar directamente a los sospechosos, pero en los casos de la gente común algunos de los métodos más eficaces de observación son los jefes de cuadra. A semejanza de los “jefes de manzana” mexicanos, los de Cuba están obligados a avisar de inmediato cualquier anomalía que ubiquen en sus vecinos. Entonces las ramificaciones del Partido solicitan una investigación a la policía secreta o como ellos los denominan: los segurosos. Dios o cualquier figura de la santería libren a los que caen en las listas de Seguridad.

Pues bien. Este método de “delación” no es tan característico de las dictaduras en el siglo XX-XXI. Técnicas similares empleaba el Santo Oficio, o inquisición... a la falta de un organismo con redes estructuradas, basaba sus primeras acusaciones en los informes que los vecinos proporcionaban a los curas de sus casas parroquiales; de allí la importancia de confesar los pecados. Semejante ocurrió con los nazis, bastaba que cualquier ario denunciara a un judío y sobre él la S.S.

Los dictadores, acusados de crímenes de lesa humanidad, en su mayoría reciben a la muerte lejos de las mazmorras... con gripes o sin ellas, pero al lado de sus seres queridos y con la bendición de la santa madre Iglesia.