Publio Ovidio Nasón, el poeta que supo aconsejar a la juventud romana sobre la seducción, fue quizá uno de los pensadores más influyentes en las cuestiones del amor y de la transformación que operaba en los dioses del panteón romano. Las metamorfosis y su Arte de amar fueron textos bien leídos, concienzudamente, hasta los umbrales del renacimiento. Pero el segundo de los títulos que ahora menciono, que en latín se leería como el “Ars amandi” le causó problemas con el emperador Augusto, quien en el año 8 de nuestra era lo desterró hacia la “urbs” Tomi. Tomi, aunque estaba en los confines del imperio romano, era una ciudad bárbara, donde acaso sólo los capitanes y muy pocos ilustrados hablaban griego y en proporciones menores, latín. Y allí, en inhóspita región de Tracia, el último poeta latino de tiempos de Augusto, recibió la visita de la señora muerte en el año 17 ó 18 de la era cristiana.
Para una información sin el rigor académico puede consultarse la novela histórica “El faro de Alejandría”, de la escritora norteamericana Gillian Bradshaw. Aunque la historia y la trama están demasiado lejos de tratar el exilio de Ovidio a partir del año 8 d.C. la puntillosa narración de Bradshaw ambienta la vida cotidiana de una mujer que ejerce la medicina hipocrática en la región de Tracia, hacia aproximadamente el año 371 d.C. Para datos adicionales: The Beacon at Alexandria (El faro de Alejandría), escrita en 1986, fue trasladada al español por José María Gassó y está publicada por Ediciones Salamandra, en Barcelona. (Año 2002, 639 páginas. ISBN: 84-95971-66-6.)
¿De qué se podía acusar al indefenso poeta ante lo implacable que fue un edicto imperial? La “Ars amandi” carece de consejos eróticos, leídos a simple vista. Pero vayamos a un fragmento del libro segundo:
“Créanme mozos: a cualquier edad ellas nos colmarán de complacencias, porque son campos que si los siembras bien producen la miel en abundancia. Mientras nos encuentren con juventud y con fuerza, trabajaremos amorosamente, que antes de lo que se piensa llega la triste senectud. Azotar las olas con los remos, rasgar la tierra con el arado, empuñar las mortíferas armas del combate... todo está bien, sí, pero... no dejes de ocuparte del amor”.
Podríamos quizá invocar demasiados ejemplos que los autores clásicos y por ende los contemporáneos han ofrecido y ofrecerán a sus lectores. Lo que nos confirma, una vez más, que la nuestra es una sociedad dada a la escritura con altos fines mediáticos. Y sólo a guisa de ejemplo —porque no viene al caso en la presente entrega— podríamos realizar un pasaje de la letra impresa a la canción, esa que pregona la ardiente pasión de los amantes, o el desalentador estado de melancolía que oprime a los mal correspondidos. Si un tema frecuente de la invención humana es el amor, el desamor tendrá siempre una prioridad de carácter urgente.
Cerraré así con otra cita a Ovidio, pero en este caso corresponde al libro quinto de Las metamorfosis: “Además, ¿te dolerá que haya sido salvada por algún otro y pretenderás arrebatarle su recompensa?” Esto nos conduce, por supuesto, a una posible idea del amor platónico o al ideal del amor cristiano, en el peor de los casos; pues el último supone el resabio a sacrificio y anula toda posibilidad al placer