Aseguran los organizadores de la instalación en la plaza central (zócalo) de la ciudad de México que “nos comportamos a la altura de cualquier país” y aunque el numerito no se repetirá, el fotógrafo neoyorkino Spencer Tunick se fue más célebre y contento. Él hizo su parte del trabajo en una ciudad cosmopolita, como es la capital de esta nación y que logró atrapar, por unas horas, las miradas de incrédulos, morbosos, persignados y desinhibidos. No está mal organizar algo así justo en el ombligo del país y sobre todo cuando en los últimos meses, aquella ciudad ha dado trazas de una apertura que ha dejado sin habla a los incómodos.
Las autoridades aún no se ponen de acuerdo si fueron 18 o 20 mil las personas que se desnudaron para formar parte de las cuatro fotografías captadas por Tunick. Pero de que lo sucedido en las horas de espera, durante y después del acontecimiento, dará para llenar todo un libro de anécdotas, mitomanías y leyendas, y está por venir apenas. Ya los periódicos y las agencias noticiosas que brindan servicio “on line” o de “reportes” inmediatos, comienzan a informar los saldos de incomodidad, ya que otro saldo no hubo, a excepción de tres borrachines que intentaron pasarse de listos y fueron retirados de la instalación.
¿Se trató de algo morbosamente histórico? Una famosa vedette de los años 70 y 80, que también participó en el encuere colectivo, dijo a un reportero que el cuerpo humano es como un poema y por lo tanto no había por qué temer enseñarlo. Bueno, inclino mi balanza ante esa opinión, pero la señora no sabe es que a veces hay cada poema como para no repetirlo jamás. Aunque entendemos que lo promovido por el fotógrafo no se trataba de realizar una antología de los “20 mil poemas más bellos de México” sino de cuerpos, de todas sus formas y caprichos. Y ya entrando en morbos, dimes y diretes, ¿cómo se las arreglarían las rubias mexicanas, esas que mandan a teñirse la cabellera de un amarillo canario que contrasta con su piel morena?
Los disturbios que se presentaron, según los reportes, fueron los obvios de una sociedad que apenas se acostumbra a las aperturas o a aceptar la libertad de decisión de los demás (ley de convivencia y despenalización del aborto, por ejemplo). No faltaron los que llevaban el teléfono celular en mano y quisieron jugar al fotógrafo profesional y los que también se sintieron en ambiente de la estación del metro “Pino Suárez” o “Indios Verdes” y con tantito estirar el brazo ofrecer disculpas a la fémina en cuestión: “Perdone usted, no me di cuenta que venía encuerada”.
Pero todo ayudó al buen término. El clima de mediados de primavera, la hora (la convocatoria de reunión fue a las tres de la madrugada. Las fotografías, cuatro, fueron hechas a partir de las siete y minutos), el tedio, los nervios, la mirada cansada, el morbo y los chistes. ¿Qué no esperábamos de una ciudad que por cosmopolita es también caótica? Es probable que este día, las clínicas de seguridad social pertenecientes al Distrito Federal reporten infecciones propias de los ojos o que en el mercado de Sonora (en la zona de la central de abasto) los expendedores de medicina tradicional, hechizos y ensalmos agoten sus existencias para contrarrestar el “mal de ojo”.
Estos desnudos me recuerdan a uno de los cuentos de “Las mil y una noches”, cuando un joven es puesto a prueba y debe identificar, entre cientos de mujeres desnudas y tendidas sobre la arena de la playa (pero cubiertas con velo), cuál es la suya. Y Sherezada narra algo así como: eran tantos los conejos que el hombre veía, de todos los tipos, pero al fin encontró a su amada.