martes, mayo 08, 2007

Puentecito magisterial

Foto: Pamela Albarracín

Cuatro días justos, razonables, necesarios, acertados e inexcusables son los que vienen como asueto para quienes forman parte del sistema educativo. No se trata de un pretexto o un plantón, más bien es por el día del maestro. Bueno, esto de “cuatro” implicaría una exageración porque resultó junto con pegado al fin de semana y de allí, lunes 14 y martes 15, para echar las fanfarrias en honor a los formadores de los futuros adultos mexicanos.

Pero si revisamos un calendario, podremos observar que no hace un mes, el magisterio nacional y parte de la burocracia apenas regresaban de quince días de vacaciones, por aquello del periodo de semana santa. Y como siempre que conviene, en las escuelas donde se atiende a la población adolescente y juvenil, aún se les respeta el “alma de niños”, el día 30 de abril no pasa en blanco y como tan pronto se terminan las golosinas, al día siguiente inicia la marcha de los trabajadores. Luego habrá que desfilar para recordar cuando las armas nacionales se cubrieron de gloria, el 5 de mayo y ¿cuántos días faltan para el ansiado 10, día de las madres? Después se remata con el festejo a los maestros. Un respiro muy leve y en las escuelas inicia la merecidísima “semana del estudiante”. Ya entrados a junio, pues para qué hacernos tontos, hay que preparar los numeritos de fin de cursos y la función ha concluido.

Y gira la rueda en un país cuya deficiencia educativa es uno de los retos en el mediano y largo plazo.

Las instituciones puntales en México —gubernamentales o bien los organismos constituidos por ciudadanos— se preparan ya para la tomarse de la foto de la tan anhelada y cada vez más chapucera globalización. Se trata en buena parte de un espejismo o en la peor de sus versiones, de una chaqueta mental de marihuano sin pudor. ¿Cómo podemos levantarnos el cuello por que dieciocho mil ciudadanos, en pleno uso de sus facultades, decidieron ir a mostrar sus pellejos cubiertos de vellos, cuando un “año” escolar, en verdad, son unos cuantos meses? Esa es marrullería, no crecimiento social y fortalecimiento de la democracia. Y no es que sea lo mismo irse a encuerar que asistir a la escuela, pero las campanas se echaron a repique nomás porque a Spencer Tunick le salió bien la instalación y enseguida brotaron las cantarinas voces: “como que ya empezamos a ser de primer mundo”.

Se sabe que la educación es una de las mejores inversiones en la formación de un pueblo. La nuestra, apuesta y gasto, no confía demasiado en la calidad, pero sí en la cantidad. Mucho ruido y pocas nueces, pues en la capital del país tenemos un inmenso edificio bibliotecario, con goteras y grietas, pero curiosamente con muy pocos libros. Y no sólo es la “José Vasconcelos” de la ciudad de México; la “Carlos Fuentes”, en pleno corazón de Xalapa, también es un gran edificio y se hermana con la biblioteca defeña porque le sobran paredes o le faltan libros.

La apuesta a la educación es México es muy clara y no está hecha a golpe de calcetín, como se piensa la mayoría de las veces. Los libros, que hasta el momento son uno de los mejores depositarios del conocimiento y las artes, se alejan cada vez más de los estudiantes y los centros educativos. A cambio, se instalan computadoras y una red a Internet y allí está, a reflexionar lo menos para ahorrar tiempo a los más. ¿Para qué leer una tarde entera, un pinche libro, si en tres minutos el sistema provisto por Google ya dio con la respuesta? Este ahorro de tiempo se va inoculando a la hora de votar, de exigir los derechos de ciudadanía, de pedir cuentas a los administradores ladrones, de permitir que los curas brinquen del púlpito al Congreso y los militares, del cuartel a las Cámaras —¿seremos tan permisivos?— y los estúpidos animadores de Televisa (contratados por eso) ocupen el lugar de profesores en el corazón de los jóvenes mexicanos. ¿Qué tipo de adultos tendremos en quince años? ¿A poco no es plan con maña?