martes, mayo 15, 2007

Maestro Cristo… y lo crucificaron



Supongo que en alguna columna de este o de otros periódicos, ustedes podrán enterarse sobre el origen de tildar al quince de mayo, día de san Isidro labrador, como el “del maestro”. La cuestión es que a partir de entonces el magisterio de nuestro país se entrega a los festejos, al igual que casi todos los gremios que han tomado el acuerdo de desplazar a una virgen, o a un mártir, o a un obispo o incluso, aunque no lo crea, a una reina, de esas personalidades que vienen incluidas en el santoral, y colgárselo (cual escapulario) para festejar su día. Ahora, los usuarios más viejos del Internet —porque a los jóvenes esas minucias no les importan— dicen que el santo patrono de la “web” debe ser san Isidro de Sevilla, un obispo de conocimientos enciclopédicos antes, mucho antes, que a los franceses se les ocurriera inventar la enciclopedia.

Pero es que es verdad que cada época impone sus propias modas, de acuerdo, por supuesto, con las preferencias dictadas por las clases gobernantes. En México, “el día del maestro” no tiene siquiera los cien años de festejo y en 1918, cuando se conmemora por vez primera, es también porque el nuevo estado nacional tiene que comenzar a fortalecer sus instituciones no precisamente políticas, pero que a la postre, servirían como tales. Agrupar a los maestros, fue tener comiendo en la palma de la mano a los formadores de las nuevas generaciones, contentarlos o darles gotitas de miel con la punta del dedo. ¿Quiénes impondrían el nuevo credo “revolucionario” a las venideras generaciones de mexicanos? Pues ni modo que los curas, a quienes desde las reformas de 1850 se les veía con recelo.

En la actualidad, el magisterio agrupado —lo cual también es una ventaja, porque se evitan sólo algunos desmanes— es una de las fuerzas políticas más cohesionadas en México. El Sindicato Nacional de Trabajadores para la Educación (SNTE) es una de las agrupaciones más grande en toda América Latina y como era de esperarse, una de las mafias con patentes de corso o garantías para cometer atrocidades en nombre de la defensa de sus agremiados y peor aún, en nombre de la educación, lo cual, parece que les importa menos. ¿Miento? Allí están los últimos sexenios desde Ernesto Zedillo, cuyas administraciones tiemblan cuando los líderes magisteriales amenazan con paro nacional.

No olvidemos que el anterior régimen basó su poderío en la coalición de fuerzas. La “dictadura perfecta”, como dijo el peruano-español Mario Vargas Llosa para referirse al gobierno mexicano, tenía claro que el poder no podía sostenerse por un solo partido o creencia política, sino por fuerzas unidas. El Partido Revolucionario Institucional, al igual que el partido gobernante del México de hoy, mudó de piel en varias ocasiones y tuvo que adaptarse a las turbulencias propias de cada periodo. De esa manera se garantizó una hegemonía de poco más de setenta años, y si los gremios de obreros de México eran tan importantes como los profesores, era porque significaba un voto seguro y una opinión a favor. Se llamaba “voto corporativo”, o “qué casualidad que todos pensemos lo mismo”.

Yo no estoy en contra de hacer justicia a los profesores, pero con un juez lo más próximo a lo más justo. Durante mis años de estudiante escuché a cínicos que nos decían: “Si ustedes aprenden o no, a mí me pagan lo mismo”. Otros repetían: “Hacen como que me pagan, hago como que trabajo”. Algunos, solteronas y solitarios, cambiaban la clase por su propia terapia o sus lecciones en voz alta, de autoayuda. Otros, homosexuales o desenfrenados, hacían lo imposible por echarse un ligue. Y muy pocos, pero muy pocos, educaron para enfrentar los posibles embates de la vida. ¿Usted qué profesores tenía?

¿A poco le mandará una tarjetita al profesor que trabajaba en Xico y que está acusado de abusar sexualmente de sus alumnas, niñas aún? ¿O al que ahora despacha en la Legislatura, y que su único mérito fue ser antes líder sindical que diputado?

Cuando a un profesor de “Historia de la filosofía” le dije “Maestro”, chupó su cigarrillo y entre cigarrillos dijo: “Yo soy Javier, maestro Cristo y vea usted qué chinga le pusieron”.