viernes, mayo 18, 2007

Piel que no miente



La historia de la humanidad está plagada de excesos cometidos en nombre de la intolerancia. Han bastado el color de la piel o las ideas encontradas para sumir a pueblos enteros en torbellinos sangrientos y caóticos. Y aunque ninguna guerra se justifica, pese a las mil y un razones que los siniestros quieran endilgarle, acaso las más terribles son las provocadas por las ideologías que, en el fondo, son alimentadas por cuestiones de carácter económico o que es lo mismo, la vieja historia de dominación, el discurso del amo.

Los oprimidos piensan en desquitar su rabia y el tirano se preocupa por el día en que alguien, con más inteligencia que fuerza, sea capaz de quitar de su rostro aquella bota que le marca las mejillas. Entonces la historia consigna revoluciones, rebeliones, levantamientos, proclamas.

Pero ¿qué sucede cuando la batalla que devendrá en guerra es particular? Sí, me refiero a cuando el posible enfrentamiento es de uno contra el mundo. A cuando la diferencia se topa con el durísimo muro de la exclusión social, o del corpus, o de los demás.

La sociedad establecida nos enseña que sólo hay dos probabilidades para quien se enfrasca en la lógica de nadar contra la corriente: la genialidad o la locura.

Pero este país de palabras, de etiquetas, somos también. Somos desde la frase llena de malicia en los servicios sanitarios de una escuela primaria: “Puto yo” o “Puto el que lo lea” y nos reímos, porque a fuerza de costumbre leemos la frase y reprobamos con un movimiento negativo. Pero ¿y si nosotros fuésemos los artífices de tales grafías? Y si aquello no fuera para importunar al prójimo sino la declaración impertubable de una condición decidida.

Las batallas más duras son consigo.
“La angustia es el precio de ser uno mismo”, dice el cubano Silvio Rodríguez.

He terminado la lectura de Piel que no miente. Mayela, una mujer transgenérica. No, no es una novela. Carece de la estructura y trama a la que estamos acostumbrados o a aquel al que la academia le conferiría cuando los académicos pudieran expresar que es literatura formal. A esto le faltan las analépsis y prolepsis obvias. Cierto. Pero se trata, en el fondo y la forma de un testimonio, la voz de los que nos sabemos vencer, desde los escritores hasta los que se atreven a expresar sus más hondos sentimientos y eso vale.

Lo que dice Silvia Jiménez, le creo a pies juntillas. Pero en el entendido que es ficción. Me gustaría, porque he sido catedrático, encargarles por lectura obligatoria a mis alumnos universitarios su libro, pues vivimos en una sociedad que al no reconocer sus tolerancias se limita y a esto del “transgénero” es pasto nuevo para las bestias que hoy leemos.

Un libro está hecho para leerse.
Mayela o Silvia o Jorge, o quien sea ha hecho lo posible.