martes, junio 26, 2007

El año entrante, con favor de dios


No se pudo... primero sincerémonos. ¿Cuántas veces hemos escapado de alguna de las siguientes frases?: “Antier estaba a punto de llamarte por teléfono, pero que bueno que te vi hoy”. “Yo soy disciplinado, lo que pasa es que no me lo propongo, pero ya verán”. “Voy a endeudarme con esta televisión, total, mi compadre me va a pagar en seis meses”. “No andes pidiendo favores, ¿para qué me tienes a mí?”. “Vámonos al paseo, vida sólo hay una y ya dios dirá”. “Me muero de la cruda, pero lo bailado no me lo quita nadie”. “Justo ahora estaba por llevarte ese martillo que me prestaste”. “Algún día se van a arrepentir de no haberme dado esa oportunidad”. “Al cabo que ni quería”. “Con su pan se lo coman”. “Nunca me había pasado, te lo juro”. “Me tienen envidia”. “Nomás la puntita”.

Si pertenecemos a un país que ahora rebosa en tarjetas de crédito y que siempre ha tenido reinas de feria, de semana del estudiante, de la tercera edad, flores más bellas del ejido, diputados analfabetas, trapecistas que terminan despachando en el Senado y monstruosidades por el estilo, ¿por qué hemos de aterrarnos cuando la única esperanza que nos queda es precisamente en que algún día, por muy remoto que sea, las cosas nos saldrán bien?

Y es que a veces se nos va en pensar en factores de milagro o de suerte. La lógica se la dejamos a las profesoras mal encaradas y si algo sale bien fue: suerte, chiripazo, un momento de inspiración, gustarle al que evaluaba, parentesco con el funcionario o en el último de los casos y lo que también es sólo presunción, ser “muy cabrones” o “pasarnos de verga”. Tan acostumbrados estamos a la pachanga, que si algo sale como estaba planeado, no hay momentos para detenerse a reflexionar que si el resultado fue positivo quizá se deba a que las cosas se hicieron bien o inclinadas hacia la mayor probabilidad del efecto deseado. No. Ya chingamos. Nos sonrió desde el cielo una hermosa mañana y a festejar con los cuates a presumirle a quien se deje engatusar.

¿Por qué seguimos creyendo que bastan millones de espectadores atentos a la pantalla del televisor para que gane el equipo de fútbol que representa a una selección nacional? Las caguamas, chicharrones, rezos y banderines pintados en los cachetes de los aficionados no aumentan el rendimiento físico de los jugadores en la cancha. Que un comité al que se le ocurrió no descartar a Chichen-Itzá de ser una de las veintidós candidatas a las nuevas siete maravillas del mundo no significa que el patrimonio nacional precolombino está a salvo del deterioro al que la mayoría de ese tipo de monumentos está expuesto. Pero qué orgullo ser mexicanos, cantar el himno con la mano en el corazón y esperar los milagros que nos permita la virgencita. A ver si el año que viene se nos hace.