En el año de 1937, justo en 7 de junio, un barco llegaba a las costas de Veracruz. Los viajeros, más no los tripulantes, eran niños que traían el resabio del hablar gachupín de las Españas, y se trataba de pequeños que acogía una política migratoria implementada por el entonces presidente de México, Lázaro Cárdenas del Río (cuyo mandato fue de 1934 a 1940). Hoy se cumplen 70 años del desembarco de los pequeños que venían huyendo de la guerra civil española, de criaturas que no olían a patata, salchichón y tinto, sino a guerra y rencillas. La II República española estaba a punto de caer y a España le esperaba una dictadura de represión, clavel, espada y cruz. El generalísimo Franco, el Inmortal, cerraría los ojos para siempre, hasta noviembre de 1975.
La acogida mexicana —por instrucciones de Lázaro Cárdenas y aconsejado por Alfonso Reyes e incluso Daniel Cossío Villegas— a los ciudadanos españoles que llegaron tras la declaración de la derrota de la II República, ha sido tema analizado con profundidad. Hay razones de peso y de sobra para suponerlo. En 1939, al triunfar el Franquismo, los opositores de aquel régimen son ciudadanos con un aceptable grado de preparación, digamos que se trata de una clase social media, educada y combativa; asociada por lo tanto al “comunismo”. Estos ya no tenían cabida en aquella España, el exilio republicano o el trastierro era inminente; pero no salieron de su país orillados por motivos económicos, sino políticos.
Clara Lida escribe al respecto: “…la gran mayoría de los adultos que se asilaron en México tenían una educación más elevada que el promedio de los españoles y los mexicanos de su época y que, en general, conformaban los cuadros obreros, técnicos, profesionales, científicos y artísticos mejor capacitados de España. En ese sentido, el exilio español que se insertó en México lo hizo en condiciones laborales favorables, y colaboró en el proceso de desarrollo modernizador del país, especialmente en los sectores mecánico, energético, manufacturero, industrial, científico y académico”.
La llegada de los exiliados no fue miel sobre hojuelas y supuso enfrentamientos entre los grupos de poder ya existentes. Mientras que la mayoría de los recién llegados encontraron trabajos adecuados para fincarse en su nueva patria, sólo unos cuantos, un grupo de elite, gozaron las canonjías que les dispensó el gobierno Cardenista. La primera acción fue la creación de La casa de España, que levantó las protestas de los intelectuales y académicos nacionales; un contratado por la “casa de España” recibía 600 pesos mensuales, contra los 75 que un profesor mexicano cobraba en la universidad. Algunos nombres de los intelectuales y científicos de aquella España perdida que ganó México: Luis Recaséns Fiches, José Gaos, Enrique Díez-Canedo, Agustín Millares Carlo, Ricardo Gutiérrez Abascal, León Felipe, José Moreno Villa, María Zambrano, Pedro Bosh.
La querella se resuelve cuando en octubre de 1940, La Casa de España cambia su nombre por el que mantiene hasta la fecha: El Colegio de México. Y poco después, se decreta la creación de otra institución fundamental para la vida cultual de nuestro país: El Colegio Nacional (cuyo requisito de ingreso, como sujeto colegiado, determina que sólo pueden hacerlo los ciudadanos mexicanos). Grandes sorpresas y cambios en las mentalidades trajo aquel exilio español. “Llegaron los rojos, los republicanos” y por ello se comprendía que los ateos o para el pensamiento mexicano de entonces: “los que no obedecen al Papa”, y ¿qué se esperaba de un presidente rojillo, como las clases acomodadas y costumbristas veían a Lázaro Cárdenas.
¿Y verdad que esta poco transitada zona de la historia contemporánea de México ya comienza a recibir mayor número de visitas? Pero hay regiones poco recordadas, como el desembarco de los denominados “Niños de Morelia”, dos años antes de la llegada de los intelectuales. Arribaron al puerto de Veracruz y los habitantes salieron a recibirlos: “Ahí llegan los niños de la guerra” y después en tren, hasta Morelia —con las escalas necesarias— para instalarse en el albergue-escuela. De allí surgieron historias de éxito pero también de amargura.
Hoy, en punto de las diecinueve horas, en el Ágora de la Ciudad, la periodista Yadira Hidalgo charlará sobre el tema y proyectará su documental titulado “Los niños de Morelia”. Además, contará con los comentarios del periodista Javier Hernández Alpízar. La entrada es libre. Y cierro estas líneas con lo que Ramón Xirau expresó en una entrevista: “”No ha terminado el exilio por más que yo sea uno de esta tierra, de este valle de México, de esta mi Veracruz, de este mar de Veracruz que es también otros mares”.