Foto: Pablo Cambronero
Ciento cuarenta y ocho mil cuatrocientos cuarenta y seis pesos (¿unos 15 mil dólares?). Sume usted las percepciones que recibe hasta llegar a la cifra antes indicada. Si la gana en seis meses, debe sentirse orgulloso y triunfador; si los gana en un año, felicidades, usted es de los pocos mexicanos que pueden darse vacaciones de vez en cuando; si llegar a esa cifra le lleva de uno a tres años, no nos quejemos: tenemos trabajo. Pero si usted anda por los caminos de México con el escapulario de “diputado”, enseguida quedará sorprendido, patidifuso, estupefacto, boquiabierto y sobrecogido… porque expresará: “Pero si apenas los gano en treinta días”.
Eso ganan los señores diputados federales cuya misión es provocar broncas en las sesiones legislativas, decidir qué parte de nuestras leyes se modernizan y gestionar, gestionar y gestionar. Ah, también gustan de formar comisiones especiales para investigar, investigar, investigar. Pero si quienes los elegimos en 2006 pusiéramos el ojo a través de la lupa, pues nos percataríamos de que no se trata de los tipos excepcionales y que si llegaron ahí, la mayoría, fue motivada por la atracción o repulsión que la ciudadanía de sus sectores percibía sobre los partidos políticos y los candidatos a la presidencia. La LX legislatura que asiste al palacio de San Lázaro, en la ciudad de México, no será mejor ni peor hasta que los mexicanos entendamos por fin a qué se dedican de verdad los señores diputados… o en el mejor de los casos: ¿para qué sirve un diputado, además de ganar un sueldo nada despreciable?
Pero como cada elección a diputados es “río revuelto”, el interés de los electores se centra en los candidatos que ejercen mayor atracción, sea: presidente de la República, gobernador del Estado o Alcaldes. Los que tendrán el encargo de legislar pasan a segundo plano en la hoguera de las vanidades y no porque se trate de personajes grises, sino porque la ciudadanía no está informada de sus labores. ¿Sabe usted cuántos veracruzanos despachan como miembros de la LX legislatura? Nada más son treinta y cinco angelitos y muchos de ellos tienen sus otros trabajos o qué, ¿seremos tan desconsiderados para exigirles que se conformen únicamente con la bicoca de 148, 446 pesos al mes?
Vayamos a otro detalle. Cada vez que se inaugura una legislatura, algunos medios buscan que el público vea a los diputados como las personas más despistadas o incultas que existen; lo cual no dista mucho de la realidad. Pero si en lugar de hacerles preguntas como el nombre de los héroes de la Revolución Mexicana les cuestionaran si saben algo de las comisiones legislativas en las que van a participar, quizá podríamos sopesar con mayor detenimiento si hemos elegido bien.
Conocí a un consejero de diputado federal que se jactaba de ello. Claro, supongo que tener una oficina en el palacio de San Lázaro cuando se cuentan veintitrés años de vida y haber comenzado todas las licenciaturas sin haber terminado una sola, debe ser motivo de presunción entre los amigotes. A eso, en México, se le llama tener buena estrella o en dos palabras: “ser chingón”. Ese consejero trataba de explicar la utilidad de sus aquilatados consejos, pero a partir del noveno güisqui en las rocas confundió si el aconsejado trabajaba en la comisión de “Seguridad pública”, la de “Pesca” o la de “Defensa nacional”. Yo creo que en el fondo “su” diputado se liaba en la comisión de “Relaciones exteriores”, porque el jovencito le comenzaba a prometer la seca y la Meca a una muchachita que lo escuchaba. Fue más o menos así:
¿Hablas francés? Le preguntó él. Ella dijo que no. Él dijo que valía madres, pero que si ella quería conocer París, pues la anotaba en la lista que formaba el séquito de una comisión que viajaría a la Ciudad Luz y que necesitaba traductoras simultáneas. Pero no sé francés, insistía ella. Yo tampoco, se carcajeaba él. Vamos, la animaba.
No los critiquemos. Comprendamos que los señores diputados y sus mininos están asombrados porque jamás imaginaron que el trabajito se trataba de eso. Fíjese, voy a cerrar la entrega con unas líneas que reporta una nota del periódico El Universal, de ayer: “En un año en la Cámara de Diputados se consumen 25 mil 680 refrescos de cola en lata, 26 mil 676 litros de leche, 7 mil 197 cajas de galletas y 17 mil 160 cajas de pañuelos desechables.” A cuenta del erario, por supuesto.