martes, julio 03, 2007

El mayorazgo de la Higuera

El camino es poco agradable, las llantas del auto ruedan por sobre la carpeta asfaltada con no mucha facilidad. Hay que evitar decenas de baches y virar, constantemente, de un carril hacia el otro. Por fin libramos la tercera curva. De frente un autobús y más allá, como lejos, una hilera de camiones de carga. Es la época de zafra y el chacuaco del ingenio de Mahuixtlán eructa día y noche.

Pueblo de poca vida los meses restantes. Pero cuando la zafra, el bullicio parece interminable y de entre aquel vocerío un niño dice que el pueblo se admira “por trasito ´el ingenio. Allá, baja la calle y sube y se mete pa´ l cañal. No hay víbora. Derecho”


Atrás del ingenio se acaba la congregación. Arriba. Cañales. Para llegar a ellos se debe cruzar un arco, añoso, de cal y canto, con una reja inmensa -como el arco-. Y pareciera que no son llantas lo que debe rodar sobre el camino de piedra sino ruedas de carreta, porque el empedrado es lateral, angosto. Y ahora: el caserío. Cientos de cubos multicolores aglomerados y aparentemente... modernos.

Lo único viejo, el arco; después, el ingenio. Y uno piensa que es una lástima no hallar sobre la cornisa de la bóveda inscripción alguna, o numeración romana. No hay huellas tan evidentes como abrir un libro y pensar en la significación de la tierra. Cañales hasta donde los cerros permiten. Hoy, muchos ejidatarios y si fuera invocar un ayer, entonces el ayer de 1919, cuando las primeras reparticiones.

Antes, terratenientes. Mucho antes, latifundio. Porque a estas tierras llega también la tradición castellana, bajo sus leyes que después se convertirían en criollas. El decreto real, el “Yo el Rey” se transgrede por la nueva casta novohispana.

La ambición del criollo pudiente no conoce demasiados límites. Sus posesiones devoran leguas, estancias y pueblos. El amasijo de tierras obliga a una asimilación del feudo.

Para 1606, Mayorazgo de la Higuera. La consolidación de la tierra en mano de vasallos católicos es un hecho. La fundación de mayorazgos privilegia y garantiza, a la vez que el hijo mayor conservará la posesión y la herencia de ésta observará un sentido patrilineal. Así, la voluntad de fundador se convierte en una ley fundamental.

Al desarrollarse, el mayorazgo sustenta en el suelo su riqueza. El cultivo de la caña requiere trabajadores, esclavos, maquinaria y mercado. Así, la tierra pasa a unidad económica. También lana, trigo, carnes. Ningún esfuerzo es mínimo y ninguna transacción infructuosa.

El de La Higuera será un mayorazgo de alta productividad durante sus primeros noventa años de existencia, después, la decadencia. Plagas y malas administraciones obligarán a los dueños a fraccionar el latifundio para rentas. De tal forma, los siglos posteriores concernirían a clases sostenidas por el arrendamiento.

Lejos de 1606, La Higuera se fracciona para su venta. En un proceso que no puede considerarse lento sino consecuente, la partición de la tierra, que ha sido objeto de olvido y deudas.

Hoy dividido. Sin más control que la Unión de Cañeros, hectáreas, zafras, acarreo de cortadores, fuego, polacos, trapiches y aguardiente... “mucho aguardiente pa´ olvidar las chingas”.